Ayer estuve dándole vueltas al asunto. ¿Había explicado con claridad mi proceso de traducir un libro? Llegué a la conclusión de que faltaba algo: explicar la relación que mantengo con los autores.
Entre traductor y escritor, desde mi punto de vista, debe haber una comunicación fluida y constante. Se debe respetar el pensamiento original de la persona que ha escrito un libro: ha gastado tiempo, ha intentando expresar sus pensamientos de la mejor manera posible y ha puesto su alma y toda su imaginación en intentar hacer un producto de calidad.
El respeto hacia el autor es fundamental. Es por esto que pregunto dudas sobre palabras, expresiones que no entiendo o que creo que sí pero no estoy segura. Hablo con él o ella, le doy mi opinión sobre lo que leo, me dejo aconsejar por el autor cuando su sabiduría es mayor que la mía, por ejemplo sobre términos legales cuando su profesión principal es la de abogado; le muestro las posibles incongruencias, cuando las hay. En definitiva, establezco con la persona que ha confiado en mí para traducir su obra casi una relación de amistad.
Me documento todo lo que puedo: sobre los personajes del libro, las localizaciones, los objetos que se describen y, en definitiva, intento ver lo que el autor ha visto o ha sentido al escribir su obra.
Desde mi punto de vista un traductor, sea profesional o aficionado, debe ser una persona honesta con el autor y su obra y sentir tanto respeto por el trabajo que está desarrollando como el que sentiría si fuese el mismo quien estuviese escribiendo la obra.
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