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martes, 29 de enero de 2019

El Retorno de los Dioses, de Danilo Clementoni - Primer capítulo

Astronave Theos, a 1.000.000 de km de Júpiter

Azakis estaba cómodamente tumbado en la butaca oscura automoldeable que un viejo amigo Artesano, que la había fabricado con sus propias manos, le había regalado unos años atrás con motivo de su primera misión interplanetaria.
«Te traerá suerte» le dijo aquel día. «Te ayudará a relajarte y a tomar las decisiones adecuadas cuando sea necesario».
Efectivamente, sentado allí, había tomado un montón de decisiones desde entonces y también la fortuna había estado habitualmente de su parte. Por lo tanto, había hecho todo lo posible para llevar consigo aquel querido recuerdo, incluso burlando muchas reglas que le habrían impedido su uso, sobre todo en una nave estelar de categoría Bousen-1 como aquella en la que se encontraba ahora.
Una voluta azulada de humo se elevaba derecha y veloz del cigarro que tenía entre el pulgar y el índice de la mano derecha mientras que, con la mirada, intentaba recorrer los 4,2 UA1 que todavía lo separaban de su meta. A pesar de que, hacía ya muchos años que hacía este tipo de viaje, la fascinación de la oscuridad del espacio que lo circundaba y los millones de estrellas que lo salpicaban siempre habían conseguido desconectarlo de la realidad. La gran apertura elíptica, justo enfrente de su puesto de trabajo, le permitía tener una visión completa del recorrido del viaje. Él siempre se sorprendía de cómo aquel sutil campo de fuerza fuese capaz de protegerlo del frío sideral del espacio e impidiese al aire salir de repente, y ser absorbido por el vacío absoluto del exterior. La muerte sería casi inmediata.
Dio una profunda chupada al largo cigarro y volvió a mirar el visor holográfico que estaba enfrente de él, donde aparecía la cara cansada y sin afeitar de Petri, su compañero de viaje, que, desde la otra parte de la nave, estaba reparando el sistema de control de los tubos de escape. Se divertía un poquito distorsionando la imagen soplando en medio el humo apenas aspirado, creando un efecto ondulatorio que le recordaba mucho los movimientos sinuosos de las sensuales bailarinas que habitualmente iba a ver cuando, finalmente, regresaba a su ciudad de origen y podía gozar un poco de un merecido reposo.
Petri, su amigo y compañero de aventuras, tenía casi treinta y dos años y estaba en la cuarta misión de esta clase. Su imponente y maciza corpulencia infundía siempre, en todos los que lo conocían, mucho respeto. Ojos tan negros como el espacio eterno, cabellos oscuros, largos y desordenados que le caían sobre los hombros, de casi dos metros y treinta centímetros de altura, tórax y brazos poderosos capaces de levantar un Nebir2 adulto sin esfuerzo, y sin embargo con el alma de un niño. Era capaz de conmoverse mientras observaba florecer una flor de Soel3, podía permanecer extasiado, por horas, mirando las olas del mar mientras se rompían sobre las ebúrneas costas del Golfo de Saraan4. Una persona increíble, fiable, leal, dispuesta a arriesgar su vida por él sin dudarlo. No habría partido si no hubiese tenido a Petri a su lado. Era la única persona en el mundo de la que se fiaba ciegamente y no lo traicionaría jamás.

Los motores de la nave, adaptados para la navegación en el interior del sistema solar, transmitían el clásico y tranquilizador zumbido bifásico. A sus oídos expertos ese sonido confirmaba que todo estaba funcionando a la perfección. Con su sensibilidad auditiva hubiera sido capaz de percibir en el cámara de cambios incluso sólo un 0,0001 Lasig, mucho antes de que el sofisticadísimo sistema de control automatizado se diese cuenta. También por esto se le había concedido, ya desde muy joven, el mando de una nave de categoría Persus.
Muchos de sus compañeros de curso habrían dado un brazo por estar en su lugar. Pero ahora, allí, estaba él.
El implante intraocular O^COM hizo que se materializase delante de él la nueva ruta recalculada. Era increíble como un objeto de pocas micras podía desarrollar todas esas funciones. Insertado directamente en el nervio óptico era capaz de visualizar todo un puente de control sobreponiendo la imagen a lo que estaba realmente delante. Al principio realmente, no había sido nada fácil habituarse a aquella maldita cosa y más de una vez las ganas de vomitar casi estuvieron a punto de superarle. Ahora, en cambio, no habría podido prescindir de él.
La totalidad del sistema solar rotaba a su alrededor con toda su fascinante majestuosidad. El pequeño punto azul, cercano al gigantesco Júpiter, representaba la posición de su nave y la fina línea roja, ligeramente más curvada que la anterior ahora ya desaparecida, indicaba la nueva trayectoria de aproximación a la Tierra.
La atracción gravitacional del planeta más grande del sistema era impresionante. Tenían que permanecer, fuese como fuese, a una distancia de seguridad y sólo la potencia de los dos motores Bousen permitirían a la Theos escapar a aquel abrazo mortal.
«Azakis» graznó el comunicador portátil apoyado sobre la consola que estaba delante de él. «Deberíamos comprobar el estado de las juntas del compartimento seis»
«¿No lo has hecho todavía?» respondió con aire burlón lo que seguramente haría enfadar a su amigo.
«¡Tira ese cigarro apestoso y ven a echarme una mano!» gritó Petri.
Lo sabía.
Había conseguido sacarlo de sus casillas y disfrutaba como un loco haciéndolo.
«Ya voy, ya voy. Estoy llegando amigo mío, no te sulfures»
«Muévete, desde hace cuatro horas que estoy en medio de esta mierda y no tengo ganas de bromear»
Tan gruñón como siempre, pero nada ni nadie podría separarlos.
Se conocían desde la infancia. Había sido él quien lo había salvado más de una vez de una paliza segura (era mucho más grande que los otros, incluso de niño) interponiéndose con su respetable mole entre su amigo y la típica banda de abusones que lo tenían siempre en el punto de mira.
De pequeño Azakis no era, en verdad, el tipo por el que que las hermosas representantes del otro sexo se hubieran peleado. Vestía siempre de forma bastante desaliñada, el pelo corto, físico delgaducho, permanentemente conectado a la Red5 de la que absorbía millones de datos a una velocidad diez veces superior a la media. A los diez años, gracias a sus notables rendimientos en los estudios, había obtenido un acceso de nivel C, con la posibilidad de adquirir conocimientos vetados a casi todos sus coetáneos. El implante neurológico N^COM, que le garantizaba ese tipo de acceso, tenía, sin embargo, alguna pequeña contraindicación. La concentración debía ser casi absoluta y, dado que la mayor parte de su tiempo lo pasaba así, casi siempre tenía una expresión ausente, con la mirada perdida en el vacío, totalmente ajeno a todo lo que sucedía alrededor. En honor a la verdad, todos pensaban que, al contrario de lo que proclamasen los Ancianos, fuese un poco corto de miras.
A él no le importaba.
Su sed de conocimientos no tenía límites. Incluso de noche permanecía conectado y, a pesar de que durante el sueño las capacidades de adquisición, justo por la necesidad absoluta de concentración, se redujesen a un mísero 1%, no quería desperdiciar un solo instante de su vida, sin tener la posibilidad de incrementar su bagaje cultural.
Se levantó esbozando una ligera sonrisa y se dirigió hacia el compartimento seis donde su amigo lo estaba esperando.

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1 Nota del Autor: Unidad Astronómica. Indica la distancia media entre el Sol y la Tierra de, aproximadamente, 149.597.870,700 Km
2 Nota del Autor. Mamífero cuadrúpedo con una espesa piel de color marrón oscuro. De adulto puede superar incluso los cien kilos de peso.
3 Nota del Autor. Rarísima flor con un tallo largo con seis pétalos. Cada pétalo tiene su parte central de color blanco que coge un matiz distinto de los colores del arco iris. Se abre sólo dos veces al año y su perfume es muy intenso y embriagador.
4 Nota del Autor. Golfo situado al sur del Continente, donde enormes acantilados, blanquísimos, en picado, forman una gran ensenada natural. La antiguas ciudad de Saraan la domina desde arriba con su majestuosidad, convirtiéndolo en uno de los lugares más hermosos del planeta.

5 Nota del Autor. Sistema de interconexión global capaz de memorizar y de distribuir el Saber a nivel planetario. Todos los habitantes podían acceder a él, con distintos niveles de profundidad, mediante un sistema neurológico N^COM implantado desde el nacimiento, de modo permanente, directamente en el cerebro.

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