Él no podía saber qué consecuencias
tendría aquella acción que, en ese preciso momento, podría parecer a cualquiera
absolutamente normal.
Lo único de lo que estaba
absolutamente seguro era que se encontraba bien.
Es verdad que no sucedía nada
realmente emocionante: la acostumbrada rutina, pero para Él lo más importante
era estar bien y hasta ese instante nada le hizo presagiar que, de un momento a
otro, algo cambiaría.
En Su caso, el sentido del tiempo no
le preocupaba ya que el discurrir de los minutos, de las horas, de los días y
demás se reflejaba perfectamente en la frase
todo es relativo.
En un momento indefinido de un día
cualquiera, del que no sería capaz de explicar los detalles, Él vio a Otro.
¿Qué hacía en ese lugar?
No sabría dar una respuesta, de todas
formas cada día que pasaba Él se daba cuenta que el Otro tenía, evidentemente,
Sus mismos derechos, también el de vivir en el sitio donde se encontraba.
Desde el día en que lo había visto,
todo había ido como la seda, sin problemas, hasta que algo se torció.
Él no sabría decir qué había salido
mal pero seguramente había ocurrido algo que había provocado que la situación
cambiase.
Al Otro no lo vio más, aparte de eso,
todo seguía como antes, la misma rutina de siempre. Él seguiría siendo el que
era, aunque, a decir verdad, cada día se sentía más fuerte…
Dos
meses después…
Su marido temblaba y desde hacía unos
días que ya le costaba dormir.
El hombre sabía que cualquier día
podía ser el bueno y que muy pronto se convertiría en padre.
Obviamente todos los amigos y los
parientes lo sabían y estaban ya preparados para celebrarlo con regalos de
recordatorio; el día en que la mujer fue llevada a Urgencias él llamó enseguida
a todos aquellos que se le ocurrió para informarles de que deberían estar preparados
porque el gran día había llegado.
En el quirófano el marido no podía
evitar su nerviosismo. Aunque probablemente no se diese cuenta estrechaba la
mano de la mujer tan fuerte que le habría podido hacer daño.
Después de una espera bastante larga
ella decidió dar a luz a un niño y la tensión se suavizó.
La señora fue acompañada de nuevo
hasta la habitación del hospital de Santa Úrsula de Bolonia, donde permaneció
acompañada por el marido.
Después de los controles de rigor, la
responsable de la unidad de obstetricia informó a los esposos que su hijo
pesaba cuatro kilos y medía cuarenta y dos centímetros.
Al hombre y a la a mujer no les
parecía real: aquel día un sueño se había convertido en realidad.
Después de transcurrido el tiempo
necesario para asegurarse que fuese idónea para darle el alta del hospital, el
hombre volvió con su mujer para acompañarla a casa junto con su hijo
primogénito.
Esa misma noche el marido había
conseguido contactar con los amigos y parientes más cercanos, para poder
montar una fiesta en honor de su hijo.
Fue una fiesta en toda regla, con
tarta de nata y chocolate, pastelitos, galletas saladas, todo tipo de
refrescos y los inevitables regalos que compondrían el ajuar del recién nacido.
Cuando se despidieron al finalizar la fiesta, parecía que cada uno de ellos
volviese a su propia casa todavía más feliz que cuando habían recibido la
noticia del nacimiento del niño.
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