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lunes, 15 de junio de 2020

La larga sombra de un sueño de Roberta Mezzabarba - Primeras páginas

La noche en la que apareció en la mente de Greta la oportunidad de dar un giro definitivo a su vida que, desde hacía tiempo, le daba lo mismo, el mar estaba siendo batido por una tramontana gélida y cortante, todavía se acordaba perfectamente.
Estaba decidida: escaparía.
En la oscuridad sólo había olas, lenguas blancas y espumeantes, que se movían, deliberadamente, para romper la armonía de aquella mesa azul oscura, avanzaban con movimientos cada vez más implacables, casi como si quisiesen golpear con violencia los escollos oscuros de aquella bahía pedregosa a pico sobre el agua.
La espesa vegetación, presente sólo de manera fragmentaria sobre aquella orilla, ondeaba como lo habrían hecho verdes guedejas de ninfas, despeinadas por un viento incómodo.
Muchas veces, desde niña, Greta se había refugiado allí, en aquel Edén, donde podía sentir, cálido y vivo, el contacto con la parte más indómita de sí misma: se sentía muy apartada del resto del mundo que la rodeaba y sin embargo el dolor conseguía alcanzarla con oleadas tan cercanas que le hacían perder completamente la percepción de cualquier otra cosa.
Quizás desde niña había estado siempre un poco desconectada del resto del mundo, de lo que la masa creía justo… y ahora, después de tanto tiempo, en su mente cada vez era más firme la convicción de que haría bien si continuaba manteniendo las distancias con todo lo que la rodeaba: demasiado a menudo la excesiva proximidad, la excesiva confianza, nos convierte en frágiles e indefensos para juzgar y combatir lo que nos perjudica.
De niña le encantaba fantasear, con la mirada perdida en el azul oscuro del mar: soñaba con ser una princesa prisionera de una bruja malvada, contra la cual resistía a la espera de que su príncipe viniese a salvarla, en su caballo blanco.
Quizás era justo la persecución de aquel sueño lo que, en un cierto momento, se había convertido en exasperante, había infectado lo que podría haber sido una existencia por lo menos tranquila.
Sólo ahora que se había quedado sola, realmente sola, se daba cuenta de esto, con amargura.
Sólo ahora, que no tenía ni siquiera fuerzas para recoger los fragmentos de su vida, escombros que se acumulaban alrededor de ella, momentos ahora ya perdidos irremediablemente, veía con claridad ante sí la sombra que le había ocultado el sol.
La larga sombra de un sueño.


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