La historia tiene unos orígenes lejanos.
Estamos en el Triásico, hace unos 200 millones de
años.
El planeta está cubierto, en gran parte, por un
mar poco profundo que presenta en algunas zonas unas lagunas y calas
donde el agua se ha convertido en un auténtico caldo de cultivo rico
en compuestos orgánicos.
Pasan los años, los siglos, los milenios. La
bazofia ha producido la vida que se manifiesta en distintas formas,
que va desde aquellas unicelulares pasando por formas de aglutinación
más complejas, hasta auténticos seres vivos. Este es el ambiente en el que progresé.
Me llamo Venux, formo parte de una colonia de mis
iguales; nosotros los virus nos movemos siempre en colonias. El
nuestro es un organismo sencillo pero complejo al mismo tiempo.
Estamos dotados de inteligencia, si la podemos definir de esta
manera, ya que llevamos a cabo tareas que se han sedimentado y
memorizado dentro de nosotros y que sólo un ser inteligente
puede cumplir.
Nos hemos desarrollado adaptándonos al ambiente.
Durante un largo período nos vimos obligados a escondernos bajo la
espesa capa de agua y lodo para huir de los letales rayos
ultravioleta que hacían estragos sobre la superficie del mar.
Mientras tanto los milenios pasan. Observamos que
Madre Naturaleza sigue adelante sin parar permitiendo la evolución
de seres que se adaptan a las cambiantes condiciones ambientales.
Las especies que no se aclimatan desaparecen
enseguida, las más adaptables resisten, para ser, a su vez,
sustituidas por otras todavía más resistentes.
Es una lucha continúa donde el más fuerte o el
más adaptable vence y se multiplica, se reproduce y coloniza los
espacios. Los otros son aniquilados y dejan rastros de su paso sólo
en los fósiles que un día harán enloquecer a los estudiosos.
Nuestra especie, que un día unos frágiles y
extraños bípedos llamarán Covid 19 o Coronavirus,
tiene a sus espaldas millones de años de evolución. Nos hemos
reproducido millones de veces durante las cuales hemos perfeccionado
nuestros mecanismos de supervivencia.
Estamos buscando un organismo complejo dentro del
cual instalarnos.
Por desgracia Madre Naturaleza no nos ha
suministrado los medios para podernos mover autónomamente. Nuestro
cuerpo es fuerte pero delicado al mismo tiempo.
Necesitamos un animal que actúe como protección
y como medio de transporte.
Finalmente, después de infinitos intentos, todos
acabados mal para el animal donde habíamos buscado refugio, el
cocodrilo ha resistido perfectamente, es más, no se ha dado cuenta
de nuestra presencia.
Para nuestras exigencias es el mejor alojamiento
posible.
Es un animal que vive tanto en el agua como sobre
la tierra, respira, algo esencial para nuestra supervivencia; el aire
que el reptil introduce con la respiración es el mismo que nos
permite permanecer vivos.
En los otros organismos en los cuales nos hemos
introducido siempre hemos puesto en crisis su sistema respiratorio
causando su muerte y, por lo tanto, también la muerte de la colonia
que allí se había instalado.
Pasan más milenios, infinitas colonias nuestras
se han instalado dentro de las vías respiratorias de los cocodrilos,
los cuales representan también un excelente refugio y protección.
La confirmación de la validez de la elección ha
tenido lugar en ocasión de una tempestad de rayos cósmicos que ha
decretado el fin de muchas especies de seres vivos. Los cocodrilos
han escapado a la matanza refugiándose bajo el agua, emergiendo sólo
para respirar. De esta manera incluso nuestras colonias han
sobrevivido.
Pasan muchos millones de años, estamos en el
Jurásico.
Nuestro refugio se ha demostrado cómodo y bien
ventilado, el animal se mueve a menudo, permitiendo a nuestras
colonias llegar hasta otros cocodrilos, cuyas vías respiratorias
todavía no están ocupadas.
Sobre la tierra firme están desarrollándose los
dinosaurios, animales que de milenio en milenio se están
volviendo cada vez más grandes y aparatosos.
La evolución de muchas especies se ve
obstaculizada y, de vez en cuando, impedida por la presencia de estos
gigantes. Los cocodrilos, en cambio, escapan a su dominio ya que, en
caso de necesidad, se refugian en las aguas de lagunas fangosas.
Desde hace unos milenios han comenzado a circular
los mamíferos. Son extraños animales que amamantan a sus crías.
Son pequeños, viven dentro de cavernas excavadas
en el terreno y, por lo general, se alimentan de raíces, de
tubérculos y, de vez en cuando, de unas pocas lombrices que
consiguen capturar.
Llega el Cretácico.
Los dinosaurios llegan a su máximo desarrollo.
Están dominando toda la tierra firme, muchos de ellos evolucionan,
modifican su modo de vivir, algunos realmente llegan a ser colosales.
Desde nuestro refugio dentro de las vías
respiratorias de los cocodrilos observamos el planeta y cómo ha
cambiado con respecto a la época de nuestros orígenes.
Los dinosaurios no tienen enemigos capaces de
impedir su desarrollo, a excepción de unos pocos de ellos que, con
el tiempo, se han convertido en carnívoros.
El planeta está prácticamente ocupado por estos
obtusos gigantes.
Devoran cantidades impresionantes de vegetación,
comen brotes frescos que consiguen atrapar gracias a sus larguísimos
cuellos, abaten árboles con el simple movimiento de la cola. Sus
excrementos son tan ácidos que logran destruir cualquier vegetal con
el que se ponen en contacto.
Su presencia es tan invasiva que no permite la
diversidad, donde están ellos, sólo unas pocas especies encuentran
espacios marginales para sobrevivir.
Por donde pasan ellos dejan destrucción,
convierten el terreno en árido y muerto; transcurren mucho tiempo en
las aguas de los ríos que convierten en turbias e imbebibles para
todas las otras especies vivas. Contaminan el ambiente impidiendo la
biodiversidad.
Madre Naturaleza nos ha creado para hacer posible
la diversidad de las especies, nosotros representamos, de alguna
manera su brazo armado.
La situación creada por los dinosaurios se ha
convertido en insostenible.
Estamos convencidos de que Madre Naturaleza nos
ordenará intervenir.
Finalmente la orden llega.
En pocas semanas nuestras colonias se multiplican
y transportadas por los cocodrilos llegamos a los lagos y los ríos
donde a estos gigantes les gusta estar.
Nuestro ataque es rápido y letal.
Entramos en sus vías respiratorias. En unos pocos
días los gigantes ya no consiguen respirar, sus aparatos
respiratorios están como calcificados y por centenares, luego por
miles, finalmente millones de ejemplares se desploman en el suelo,
muertos.
Es una matanza de dimensiones inimaginables.
Montañas de carne permanecen pudriéndose bajos
los cálidos rayos del sol. El gas que se produce por su
descomposición hace que el aire se sature de metano de tal modo que
crea un efecto invernadero que hace aumentar la temperatura media del
planeta.
Deben pasar siglos antes de que todo vuelva a la
normalidad.
Los dinosaurios han desaparecido completamente del
planeta Tierra.
Estamos orgullosos de haber llevado a cabo la
tarea para la cual Madre Naturaleza nos ha creado. Nuestro objetivo
es eliminar posibles especies de seres vivos que intenten monopolizar
el planeta, que quieran dominarlo y, sobre todo, que echen a perder
el Medio Ambiente.
Si en el futuro otra especie quisiera repetir el
error de los dinosaurios, si creyese ser la dueña del mundo y de sus
recursos y si manipulase o modificase el medio ambiente, nosotros
estaríamos preparados para intervenir.
Pasa sólo un milenio, el planeta sufre un
acontecimiento catastrófico.
Un meteorito, un gran cuerpo rocoso, se abate
sobre la sutil corteza terrestre.
Los efectos son terribles, en el mar se producen
olas de una altura de centenares de metros que azotan la tierra
firme. Después del impacto espesas nubes de polvo impiden que los
rayos del sol lleguen al suelo que, por lo tanto, se enfría; gran
parte de la vegetación desaparece y muere.
Son necesarios muchos siglos antes de que los
pocos seres supervivientes al terrible acontecimiento astral consigan
salir de sus refugios y, tímidamente, comiencen de nuevo a colonizar
el planeta.
En un futuro lejano se tenderá a creer que la
extinción de los dinosaurios haya sido obra de la colisión con el
asteroide. En realidad, éstos ya se habían extinguido antes, a
causa de nuestra intervención.
Nosotros, Venux, hemos conseguido sobrevivir a la
catástrofe cósmica.
Nuestros amigos cocodrilos han superado la crisis
refugiándose en el agua cuando lo necesitaron y saliendo cuando las
condiciones lo permitían. Naturalmente no todos escaparon a la
catástrofe y, por lo tanto, también nuestras colonias fallecieon
junto con ellos.
Pasan otros miles de años.
Madre Naturaleza está preparando una alternativa
a los cocodrilos que, si bien han demostrado ser perfectos para
alojarnos, no son suficientes.
La alternativa la constituyen los murciélagos, en
cuyas vías respiratorias conseguimos proliferar en un ambiente
protegido, incluso porque esta especie transcurre los días en las
cuevas, por lo tanto, a salvo. Si ellos están a salvo, también lo
estamos nosotros.
Han pasado más de sesenta millones de años desde
el ataque a los dinosaurios.
Nuestras colonias no han encontrado otros
alojamientos tan confortables y protegidos como los cocodrilos
y los murciélagos.
Durante este largo período de tiempo sólo una
vez hemos sido reclamados por Madre Naturaleza para intervenir contra
una especie de pequeños y famélicos roedores. Éstos habían
invadido el planeta, destruyendo y devorando todos los árboles hasta
las raíces, comiendo las verduras, la fruta, hasta los arbustos
espinosos.
Como siempre, nuestra intervención ha sido rápida
y letal.
Un nuevo mamífero está manifestando actitudes y
capacidades insólitas.
Es un bípedo feo y pelado que poco a poco está
poblando gran parte de la tierra firme.
En su largo proceso evolutivo ha cambiado de
aspecto, color de la piel y otras características que lo convierten
en único entre los mamíferos.
Tiene actitudes singulares, se comunica con sus
semejantes utilizando los sonidos que emite desde su boca.
El comportamiento del bípedo, al que llamaremos
Homo, cambia continuamente, hace poco descubrió los
beneficios del fuego, un extraño fenómeno que nos preocupa.
El bípedo, en cambio, ha aprendido a dominarlo y
a usarlo, tanto para superar las noches frías como para cocinar la
carne que de esta manera se convierte en más tierna y digestiva.
Nuestro instinto ancestral nos dice que este Homo
podría representar una novedad absoluta o ser un experimento de
Madre Naturaleza que quizás quiere probar un nuevo modelo de ser
vivo.
Pasan muchos milenios, la especie Homo se
ha extendido de forma generalizada en casi toda la tierra firme.
Durante la colonización ha modificado muchas de sus
características.
Se ha adaptado al medio ambiente de manera
extraordinaria, es blanco en algunas zonas, negro en otras o amarillo
en otras.
Su capacidad de adaptación es única, modifica su
comportamiento en función de las condiciones ambientales donde vive.
Durante muchos milenios se ha movido de un sitio a
otro.
Se queda en una zona hasta que ésta le brindaba
comida para sobrevivir, hasta que los vegetales, las verduras, los
frutos satisfacían sus necesidades para, a continuación, moverse a
otras zonas. De todos modos, las migraciones sucedían a lo largo de
los ríos o en zonas no demasiado alejadas de los cursos de agua.
Desde hace unos pocos milenios el Homo ha
inventado un artilugio, la rueda, que será la base y el eje
de futuros e increíbles cambios.
Nuestro veredicto es que el Homo es un ser
vivo débil y sin preparación para competir con los otros seres
vivos que ocupan el mismo territorio. No es rápido, no tiene
colmillos, no tiene garras, a pesar de todo está comenzando a
dominar las áreas donde se instala.
Desde hace poco ha dejado de moverse de un lado a
otro, la presencia de ríos o riachuelos ha inducido a algunos grupos
a instalarse en sus cercanías transformando su vida de nómada en
sedentaria.
Comienzan a surgir grandes centros habitados que
atraen constantemente a más individuos.
El Homo ha comenzado la lenta, pero
invasiva, modificación del medio ambiente.
Es la primera vez que una especie intenta adaptar
el medio ambiente a sus necesidades.
Desde nuestro punto de vista se trata de una
evolución terrible, quiere decir que el medio ambiente está en
peligro.
Nosotros, Venux, observamos todos sus
comportamientos y comenzamos a preocuparnos.
Desde hace unos milenios el planeta Tierra se ve
afectado por periódicos fenómenos de glaciaciones.
En los últimos doscientos mil años se han
verificado muchos de ellos durante los cuales los mares han
disminuido incluso cien metros, dado que mucha agua ha sido
succionada para convertirse en hielo.
Está en curso uno de estos acontecimientos. Las
tierras emergidas en parte están cubiertas por un estrato de hielo
que en algunas zonas supera el kilómetro de grosor. Su peso es tan
alto que ha provocado una inmensa presión sobre la sutil corteza
terrestre.
Para nosotros, Venux, es un período de difícil
supervivencia.
Muchos cocodrilos han muerto porque el agua de los
ríos que representa su medio ambiente ideal se ha solidificado,
frenando cualquier posibilidad de vida.
Lo que nos asombra es que el animal menos equipado
y preparado, el Homo, en cambio, está resistiendo bien el
terrible frío.
Muchos grupos se han trasladado a zonas menos
frías, han aprendido a cazar con método y de la caza extraen la
carne de la que se nutren y las pieles con las que se protegen.
La glaciación dio lugar a la bajada del nivel del
mar, de esta manera los bípedos, en su continúo afán de explorar
nuevos territorios, han atravesado desniveles ahora secos, un tiempo
recubiertos por los mares.
De este modo ha poblado también territorios que
normalmente eran islas imposibles de alcanzar. Este ha sido
uno de los efectos colaterales ligados a las glaciaciones, sin las
cuales muchos territorios nunca hubieran sido poblados.
En un futuro lejano muchos Homo se
preguntarán cómo ha sido posible que territorios aislados hayan
podido ser ocupados por sus antepasados.
La respuesta es sencilla: debido a las
glaciaciones.
El final de las glaciaciones es una liberación
incluso para nosotros, Venux.
Los dos animales que nos acogen han recuperado su
normal ciclo vital, han vuelto a vivir otra vez en territorios que
ocupaban antes de la llegada del hielo.
El comportamiento del bípedo Homo se
controla cuidadosamente, ahora ya está claro que este mamífero
tiene unas características muy especiales, quizás incluso
peligrosas para las otras especies de seres vivos y también para el
medio ambiente en general.
Madre Naturaleza nos ha dado un bonito quebradero
de cabeza permitiendo a un bípedo de esta clase proliferar.
De todos modos, por ahora la situación está bajo
control.
A pesar de su incuria por lo que le rodea, con tal
de obtener beneficios inmediatos, los daños que crea este ser
pequeño y feo, pelado y arrogante todavía se pueden reparar sin el
esfuerzo de Madre Naturaleza.
Hay situaciones y comportamientos realmente
inaceptables; si dependiese de nosotros, Venux, ya habríamos
intervenido eliminando a este monstruo.
Desde hace unas décadas hay grupos de Homo
que practican un tipo de caza imposible de aceptar.
Rodean las manadas de herbívoros prendiendo fuego
al prado de tal manera que asustan a los animales y, en fin, utilizan
ramas resinosas encendidas, empujan a las manadas de centenares de
animales dentro de profundos agujeros o barrancos.
Es un tosco sistema que hace que mueran, entre
atroces sufrimientos, muchos animales, de los que, a continuación,
los bípedos extraen sólo pequeñas partes para las necesidades
alimentarias de unos días.
Los bípedos no dejan de asombrarnos.
Desde hace unos siglos se ha instalado en las
orillas de grandes ríos, sobre cuyas orillas ha comenzado a edificar
edificios utilizando piedras, convenientemente trabajadas.
Además, en las inmediaciones de estos centros
urbanos ha descubierto el cultivo de algunas semillas, que si son
enterradas, después de unos meses se reproducen, multiplicándose.
Ha nacido la agricultura.
La posibilidad de obtener la comida cultivando
el terreno estando cómodamente alojado en sitios fijos dio un fuerte
impulso al aumento del número de individuos de la especie.
Su presencia, aunque ahora ya la especie ha
asumido formas y colores muy distintos entre ellos, se ha difundido
por todo el planeta, incluso las áreas más inhóspitas pueden
incluir grupos de este bípedo.
Los hay amarillos, negros, blancos y toda una
serie de matices intermedios de color de piel.
Todos tienen un común denominador: pertenecen
todos a la misma especie, son todos Homo, aunque algunos creen
ser más Homo que otros.
Grupos de Homo han comenzado a intimidar y
ejercitar el dominio sobre otros grupos recurriendo a la violencia,
el carácter feroz de algunos prevalece a costa de otros.
En el momento oportuno ya pensará Madre
Naturaleza en restituir el buen sentido a los bípedos que, mientras
tanto, se han convertido en arrogantes, procediendo a nivelar también
a aquellos que al mismo tiempo piensan que son unos privilegiados.
Por el momento Madre Naturaleza no parece que
quiera intervenir.
Pasan los años y pasan los siglos.
Todos los continentes del planeta están poblados.
Los Homo se han distribuido por todas
partes, no existe un territorio donde no haya un grupo de bípedos
arrogantes y feroces. Están preparados para desencadenar agresiones,
eliminar a sus semejantes, modificar el medio ambiente, talar árboles
seculares, matar animales y otros actos terribles.
Las poblaciones se han desarrollado numéricamente
y sobre todo parece que hayan encontrado nuevos estímulos, han
comenzado a ocuparse del arte.
Algunos de ellos han creado y están impulsando
auténticos centros de instrucción, de los que salen artistas
capaces de trabajar la arcilla para obtener artículos de ejecución
exquisita, incluso otros han aprendido a esculpir el mármol para
obtener reproducciones muy parecidas a los seres humanos.
En una localidad, que un día se llamará Atenas,
ha tenido lugar un auténtico accidente que ha involucrado a algunas
colonias modificadas.
Durante los últimos siglos, muchos de nosotros
hemos sufrido unas variantes que han modificado profundamente
nuestro modo de ejercer el control para el que hemos sido criados.
Las colonias en cuestión, en un cálido verano,
salieron de las vías respiratorias de un grupo de cocodrilos que
estaban al fresco, semi sumergidos en las aguas de un río.
La salida de las colonias de su refugio natural
tuvo lugar en un momento en el que en las orillas del río había un
grupo de jóvenes que buscaba refrescarse debido al calor.
Ninguno de ellos se ha dado cuenta de que entre
las cañas, en gran parte sumergidas, había cocodrilos.
La salida de las colonias desde las vías
respiratorias y la entrada en las de los jóvenes bípedos ha sido
sencilla y facilitada por la cercanía, por el clima cálido y por el
aire tranquilo.
Una combinación letal que ha permitido la
transmisión del virus, en unos pocos días, a una multitud de
humanos.
Estamos en el año en que los humanos un día
computarán como el año 430 a. C. y la enfermedad será catalogada
como fiebre tifoidea.
En realidad fue una colonia nuestra modificada
que huyó de su cotidiana actividad hecha sólo para sobrevivir y
reproducirse, y casualmente fue a parar dentro de las vías
respiratorias de los homínidos.
En el transcurso de dos años, los Venux
modificados acabó con la vida de cerca de la mitad de la
población de Atenas y alrededores. La fuerte capacidad virulenta de
la enfermedad, si por un lado mató a un número elevado de personas,
por el otro ha tenido un límite.
De hecho, desde el momento en que la colonia entró
en las vías respiratorias del bípedo, hasta el momento de su muerte
pasaban sólo dos o tres días.
La rapidez de la acción también fue la razón de
la interrupción de la pandemia, de hecho los posibles portadores de
las colonias morían antes de haber tenido la posibilidad de
transmitir las mismas a los sujetos sanos.
Nosotros, los Venux originales, conocemos
perfectamente este mecanismo. Sabemos que, desde el momento del
contagio al de la muerte deben pasar por lo menos veinte días. De
esta manera se proporciona tiempo para conseguir que el individuo
pueda moverse, desplazarse y, por lo tanto, transmitir nuestras
colonias a los individuos sanos.
En un pasado lejano también nosotros, antes de
consolidarse mutaciones y variantes, comprobamos que la acción debe
ser lenta, de manera que nuestras colonias puedan tener tiempo, para
que se reproduzcan y luego se difundan.
Nos sucedió algo parecido con los dinosaurios,
cuyo primer ataque falló justo por la rapidez de los efectos.
Hemos debido esperar casi un millón de años
antes de poder reintentar lo que luego ha sido definido como una
auténtica destrucción en masa.
En un futuro lejano, muchos estudiosos
intentarán comprender cuál fue la causa de la epidemia de Atenas y
del tan elevado número de víctimas. A nadie se le ocurrirá jamás
que fue una cepa modificada de nosotros, Venux, quien actuó de
manera tan rápida y letal.
Después de la epidemia del 430 a. C., Madre
Naturaleza nos ha impuesto a todos los Venux una serie de
restricciones y controles. Sólo ella puede autorizar agredir a
posibles víctimas.
De todos modos Madre Naturaleza se permite el
crear situaciones nuevas, ella misma debe probar acciones de las que
no conoce el resultado y los efectos, sino después de que han
ocurrido.
A la luz de las imposiciones de Madre Naturaleza,
nuevas cepas se desarrollan, se modifican, se multiplican, sustituyen
a aquellas existentes.
Naturalmente todo esto sucede en un período de
tiempo que, para nosotros, Venux, es breve pero que para los Homo
puede parecer larguísimo.
Después de la extinción de la cepa modificada
que había golpeado Atenas, pasan casi dos siglos antes de que otro
caso de pandemia se propague de manera igualmente virulenta.
Alrededor del año 250 a. C. se propagó una
variante huida al rígido control de los Venux. Esta vez fueron los
murciélagos los que hicieron de vehículo de propagación.
Los homínidos lo han denominado Peste de
Cipriano por el nombre de un individuo de la época que describió
los efectos de la enfermedad. A causa de esta pandemia, en el período
de máxima expansión murieron unas cinco mil personas al día.
En los siglos siguientes hubo otras circunstancias
en las que pequeñas colonias escaparon al control, infectaron a
humanos, los cuales, en casi todas las circunstancias, cayeron como
moscas. Nosotros, Venux, también tenemos una teoría por la cual
periódicamente los homínidos se ven afectados por las epidemias.
Está claro que nosotros y nuestras cepas
modificadas representamos la chispa desencadenante que produce el
incendio pero existen condiciones objetivas que no dependen de
nosotros.
En concreto, en el curso de la evolución humana,
observamos que el número de individuos varia mucho de un período a
otro.
Sustancialmente hemos comprobado que el número de
persona crece, crece y crece y luego, de repente, nuestras colonias
encuentran terreno fértil para difundirse de manera virulenta. ¿Qué
sucede realmente?
Sucede que cuando la población crece más allá
de toda medida, los recursos disponibles, sobre todo la comida, no
son suficientes para todos, por lo tanto algunas poblaciones
comienzan a sufrir hambre, los niños son los primeros en
desnutrirse, los ancianos se debilitan.
En estas condiciones, incluso una colonia que en
otros momentos no haría ningún efecto concreto sobre la población,
de hecho se convierte en letal para personas débiles y carentes de
defensas.
Nosotros, Venux, no somos responsables de todas
las epidemias que de vez en cuando afligieron a los humanos. Nuestra
tarea es mucho más importante y articulada. Nosotros debemos
salvaguardar el medio ambiente y su equilibrio, no podemos ocuparnos
de insignificantes episodios locales.
Ahora comienzo la historia de nuestra existencia durante los últimos
cuarenta años.
Queremos mostrar cómo los humanos han intentado
instrumentalizar nuestras capacidades y actitudes, alterando nuestros
comportamientos y modificando la misión de la que somos portadores
por encargo de Madre Naturaleza.
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