Recuerdo
perfectamente aquel lunes del mes de abril. Aquí en Río hacía calor, mucho
calor. Era el típico día de primavera en que las personas encontraban más
placer en tumbarse en la playa que en trabajar en una oficina con el aire
acondicionado. Y recuerdo también aquella llamada telefónica a mi cuartel general, en mi Cueva de los Guerreros, un lugar de
encuentro para todos los amantes del levantamiento de pesas, para todos los
apasionados del old style. “Buenos
días, ¿hablo con Himenes, George Himenes? ¿El propietario del gimnasio Muscle and Mind”? dijo una voz débil
desde el otro lado de la línea.
“Sí”
respondí inmediatamente. “¿Con quién tengo el placer de hablar?”
“Me
llamo Santana, Carlos Santana. Me urge hablar con usted. ¿Cuándo podría
encontrarme con usted?”
“Bueno,
si no tiene nada mejor que hacer puede venir ahora mismo. ¡Los guerreros del
hierro no descansamos jamás!” afirmé con vehemencia.
Fue
de esta manera que conocí a aquel extraño muchacho que provenía de las favelas.
Pesaba más o menos 60 kilos empapado de agua y con una altura de un metro y
ochenta y cinco.
Era
el clásico ectomorfo. Menudo, de esqueleto grácil y con una musculatura poco desarrollada. Tenía
hombros estrechos y un tórax largo y plano. Tanto su peso como su perímetro
torácico non concordaban con su estatura. Además eran casi tan largos sus
miembros superiores como los inferiores.
Parecía
estar desnutrido y atemorizado.
“Bien,
querido Carlos, ¿en qué te puedo ayudar?”
“Me
dijeron que usted hace milagros con las personas…”
Lo
paré enseguida. “Muchacho, cuidado con lo que dices. Los milagros los hace
Dios. Yo simplemente ayudo a que salga la mariposa de su capullo. Miguel Ángel
esculpía la piedra para realizar sus obras, pero las obras maestras estaban ya
en el interior de la piedra en bruto. Él sólo redondeaba los ángulos. Pues
bien, esto es lo que hago yo”
El
muchacho, titubeante, me miró con los ojos muy abiertos y añadió. “¡No me
importa! Tengo que ganar el Campeonato Internacional de las Dos Américas”.
“Tranquilo,
chaval, poco a poco. Ya te he dicho que no hago milagros, ¿tú quieres ganar el
campeonato más importante de halterofilia americana en menos de un año y
partiendo de cero?” ¡Que tipo más simpático! Quizás no se había mirado nunca en
un espejo, yo ni siquiera le hubiera dado permiso para inscribirse en ell
torneo de halterofilia del barrio.
“Usted
no lo entiende. Necesito hacerlo. ¿Me quiere ayudar o no?” se apresuró a decir
con una rabia en su mirada que yo no había visto jamás.
El
primer momento de confusión se desvaneció enseguida: “Muchacho, no lo
conseguirás, olvídate. Si quieres hacer deporte puedo ayudarte pero quítate de
la cabeza esas tonterías.”
Me
miró con los ojos llorosos: “¡Usted es un inepto! ¡No sabe nada sobre deportes!
Se limita a mirar como soy ahora, no consigue imaginarme más fuerte y tampoco a
ver, más allá de mi cuerpo, la rabia, la motivación y el dolor que hay dentro
de mí…” Hizo un amago de decir algo más, después se volvió y comenzó a caminar
con paso decidido hacia la salida.
Lo
llamé “¡Muchacho! Espera un poco… ¿cuál es esa gran motivación? Venga,
escuchemos… ¿Para qué te sirve ganar la más importante competición de
halterofilia americana, quieres, a lo mejor, demostrar algo a tu novia?”
“No
me importa ganar. ¡Necesito el premio de 80.000 dólares que está en juego para
sacar a mi hermano pequeño de las calles! Hemos nacido en una familia muy
pobre, como tantas otras de las favelas de Río. En nuestros barrios hay
incursiones de la policía, de los Batallones de la Muerte , casi todos los
días. Intento mantener a mi hermano apartado de la influencia de la banda, pero
es difícil. Nuestro padre murió durante una redada policial, muerto de un tiro
que iba dirigido a un narcotraficante que vivía a cincuenta metros de nosotros.
Después de su muerte nuestra madre cayó en un estado de depresión fortísimo y
no consigue sacar a flote a toda la familia. Nos ayudan los misioneros de San
Francisco pero eso no funciona. Intento sacar algún dinero extra trabajando con
un carpintero amigo de mi padre, ¡pero la paga no me permite ni siquiera
inscribirme en el gimnasio! Hace unos meses mi hermano ingresó en una banda de
traficantes, que está bajo el control de Ramires, uno de los mayores
traficantes de droga de nuestra favela y el más despiadado.” Mientras hablaba
los ojos comenzaron a iluminarse, a convertirse en transparentes, y yo entendí
lo que sentía su corazón. Era la encarnación de una triste historia como muchas
otras. Los puños cada vez más apretados
sobre sus piernas. “Yo intento explicarle que si continúa así sólo conseguirá
malograrse y perjudicarnos a nosotros que le queremos bien, pero él ignora mis
sugerencias. Intenté hablar con algunos de su banda, primero me advirtieron
diciéndome que no metiese las narices ¡y después una nariz rota! ” cerró los
ojos al recordar las desagradables experiencias. “Quiero ganar por él y por
nuestra madre… ¡Quiero llevarlos lejos de aquí! Usted es el único que puede
ayudarme a alcanzar este objetivo y el único que no se ha dejado avasallar y al
que los narcos respetan.”
Parecía
distinto de los matones habituales que venían al gimnasio. “Muchacho, la vida
no es fácil para nadie. Deberías saber que si te entreno acabarás escupiendo
sangre. Serán los diez meses más duros de tu vida. Tu madre te ha dado la vida,
yo te la reprogramaré. Transformo mocosos en auténticos hombres, sin tener en
cuenta la edad. Te convertirás en un hombre, pero antes deberás volver a ser un
niño, a llorar, a suplicar piedad y nadie te ayudará. Estarás luchando contigo
mismo antes de poder combatir contra el mundo. No habrá nadie que te ayude a
levantarte. Deberás hacerlo tú mismo. Deberás rehacerte y aprender a
levantarte. Te enseñaré que no te debes rendir nunca ante la vida. No debes
nunca bajar la guardia, no rendirte jamás, no lamentarte nunca. ¿has comprendido,
chaval? ¿Serás capaz de resistir todo esto?”
“¡Empecemos!”
respondió titubeante Carlos.
“Perfecto,
ven mañana por la mañana muy temprano, antes de ir al trabajo, aquí en mi
gimnasio hablaremos sobre el modo de proceder. Es todo por ahora”
Antes
de que saliese del gimnasio le hice pararse. “Dentro de una semana conocerás a
una persona especial que te podrá ser de gran ayuda. Es un entrenador de la
mente”
“¿Un
loquero?” añadió enseguida Carlos con aire despreciativo.
“No,
peor. Ahora vete a casa y descansa. Nos vemos mañana”
Lo
vi desde los ventanales del gimnasio salir con la espalda curvada, parecía que
no tuviese pecho. La cabeza baja. “Habrá que trabajar duro” pensé. El primero
que debería creer que sería capaz de alcanzar su objetivo tenía que ser él.
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