Sucias de verdad.
(Pardo Melchiorri. Pintor)
Nicole Dubuisson hacía todo lo posible por agasajar a Paolo
Magnoli con algunos juegos eróticos a los que gustaba definir como très rare, donde el sexo era a menudo
una nota al margen de sus vidas complicadas.
En la cama, Nicole no tenía necesidad ni de amor ni de
perversiones. Nada de esposas, cuerdas o látigos para herir la carne y mitigar
las cicatrices del alma. Ningún sentimiento, por muy puro o indecente que
fuese, le procuraba placer. Nicole gozaba sólo disfrutando del sabor de la
venganza.
Se tiraba a Paolo Magnoli porque tenía una cuenta pendiente con
el marido. Una lista de pequeñas y grandes incomprensiones, una lista negra,
tan larga como una existencia, la había inducido a odiar al cónyuge hasta el
punto de tenerlo cerca, pero sólo para poderse librar de él a su manera.
Nicole, de hecho, había decidido arruinarle la vida sin papeles timbrados. Nada
de adioses melancólicos incitados por los honorarios indecentes de algunos
abogados. Si Paolo Magnoli daba un sentido a las miserias de su vida dejándose
meter un tacón de doce centímetros en el culo por Nicole, para ella satisfacer
las fantasías eróticas de un amante depravado representaba, nada más, que uno
de tantos movimientos de una partida de ajedrez jugada contra el mismo concepto
del matrimonio. Una institución tan castradora debía ser castigada. Este era su
pensamiento recurrente cada vez que salía de casa llevando ropa interior de
encaje y sonrisa sugerente.
Los dos amantes vivían en Castelmuso, un pueblo de quince mil
habitantes, un punto geográfico suspendido en el tiempo, instalado en una
colina al abrigo del mar Adriático.
Un cartel informaba a los turistas que el pueblo estaba incluido
entre los pueblos más bellos de Italia. Surgía en el punto más alto de una
hermosa colina, donde las casas, los palacios suntuosos y decadentes, las
bóvedas entre los callejones, las arcadas inestables eran una invitación a
tocar con la mano aquellas piedras cargadas de la energía de todos sus
fantasmas.
Sandra, la esposa de Paolo Magnoli, echó de casa al marido
cuando el psicólogo le dijo que los hijos estaban preparados para renunciar a
la presencia de un padre tan degenerado. Una semana después de haber sido
expulsado de la familia, encontraron el cuerpo de Paolo en los alrededores de
la casa rural I Cavalieri. De la rama
de un robusto roble colgaba un tirante elástico: su última corbata.
Los habitantes de Castelmuso dijeron que había perdido la cabeza
a causa de lo que llamaban el póquer perfecto: cuatro ases hechos de coca,
whisky, deudas y vaginas absorbe Mastercad. Daisy, la hija de Paolo Magnoli,
tenía doce años cuando ocurrió la tragedia. Adriano uno menos. Los dos niños no
perdonaron jamás al padre el haber salido de sus vidas de una manera tan
miserable.
Pero esto, ahora, formaba parte del pasado.
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