Lo
que el inspector Zamagni deseaba pero, a decir verdad, nunca se lo
habría esperado, era que antes o después, como se suele decir, la
madeja se desenredaría. Lo que no sabía era a qué debería
enfrentarse. Por el momento, todo lo que tendría que hacer, ayudado
por el siempre digno de confianza agente Finocchi, era acabar con lo
que había quedado pendiente, es decir recuperar todos los efectos
personales de Daniele Santopietro y los objetos recobrados aquí y
allá que, de algún modo, tenían que ver con aquel criminal. Y
obviamente, una vez reunido todo el material podría comenzar a
trabajar sobre esto para extraer algo útil. Todo había comenzado
cuando, investigando sobre lo que más tarde sería recordado como el
Caso Atropos, se había encontrado de nuevo con la Voz.
Él
no se habría dado cuenta si Emma Simoni, su vecina que había pasado
por casualidad por la comisaría con algunas exquisiteces para
entregar personalmente al inspector, no hubiese reconocido la Voz al
teléfono durante la llamada de manos libres al señor Bottazzi de la
Asociación Atropos.
Todavía
no había conseguido comprender qué tenía que ver ese viejo
recuerdo, pero lo único realmente cierto era su determinación para
descubrirlo.
Y
para hacerlo, de acuerdo con el capitán Luzzi, había comenzado a
investigar por todo el material que, de alguna manera, estaba
conectado con Daniele Santopietro.
En
el fondo, esa historia había comenzado cuando él y Alice Dane, la
agente de Scotland Yard de origen irlandés, habían emprendido la
caza de ese hombre, por lo que Zamagni, Finocchi y Luzzi pensaban que
el material ligado al delincuente pudiese ser un buen punto de
partida para la investigación.
Stefano
Zamagni, así como el agente Finocchi, recordaba perfectamente qué
había ocurrido durante la persecución de Daniele Santopietro: las
frases en las paredes que aparecían y desaparecían, las llamadas
amenazantes de esa Voz, el automóvil que había explotado, sin
considerar que, mientras tanto, Daniele Santopietro, que sabían que
era el hombre que estaban buscando, había desaparecido en la nada.
Aquel
período fue realmente terrible porque, a todas las vicisitudes de la
investigación en curso, se sumaron tres muertes que tocaron de cerca
al inspector Zamagni y a quienes trabajaban con él.
El
inspector había perdido a su hermana Giorgia, Alice Dane debió
volar a Irlanda para asistir al funeral de su hermana Brenda y el
agente Finocchi debió enfrentarse a la muerte de su novia Elisabetta
en el incendio del piso en el que vivían.
Luego
estaba la carta.
Cuando
Zamagni se la encontró delante, después de haber acabado con la
investigación del Caso Atropos, no entendió su significado,
ya sea porque estaba escrita en griego, ya porque realmente no
conocía el motivo por el cual él debería haber recibido una carta
de aquel tipo.
Cuando
se la mostró a Giorgio Luzzi, su superior le dijo que buscaría
enseguida un experto para descifrarla y, por suerte, mientras él y
el agente Finocchi estaban trabajando para descubrir lo que había
sucedido a Marco Mezzogori, el sobrino hemiplégico de la conocida
del inspector, el capitán había recibido el resultado que
aguardaban y ahora también Stefano Zamagni quería saberlo.
Después
de todo, iba dirigida a él, por lo tanto tenía todo el derecho.
Pasados
unos días desde el descubrimiento del asesino del muchacho, todavía
conmovido en lo más hondo por cómo habían sucedido las cosas, el
inspector volvió a la comisaría de vía Saffi en Bologna y fue
enseguida a la oficina del capitán.
–Buenos
días, Zamagni –dijo Giorgio
Luzzi.
–Buenos
días, capitán –respondió Zamagni.
–¿Ya
has cargado las baterías? –preguntó el capitán con una sonrisa.
–No
totalmente –respondió Zamagni –pero no veo la hora de ponerme a
trabajar para comprender quién es esa Voz.
–Creo
que entiendo la situación –añadió Luzzi –y debo admitir que
también yo espero ponerle las manos encima a ese hombre, y pronto.
–¿Ya
ha llegado Marco? –preguntó Zamagni a continuación, mostrando un
poco de su pragmatismo.
–No
–dijo el capitán. –¿Habéis quedado?
–Lo
llamé ayer por la tarde para saber si se había recuperado de la
paliza después del interrogatorio de Marisa Lavezzoli. Me ha dicho
que también él, como yo, había acusado bastante el golpe y que no
estaba todavía al cien por cien y que, sin embargo, estaba ansioso
por volver a comenzar desde donde habíamos interrumpido el asunto
que tenía que ver con Santopietro –explicó el inspector.
–¿Por
casualidad estáis hablando de mí? –dijo alguien desde la puerta
de la oficina del capitán, interrumpiendo el diálogo entre los dos.
–Por
supuesto que sí –dijo Zamagni –Venga, entra.
Marco
Finocchi cerró la puerta a sus espaldas y saludó al capitán y al
inspector.
–Así
que, los dos estáis nerviosos y no veis la hora de volver al trabajo
–dijo el capitán, con un tono ligero cruzando su mirada con
Zamagni y Finocchi, que asintieron a su vez. –Bien –añadió
Luzzi después de una pausa de unos segundos –¿Por dónde queréis
comenzar?
Zamagni
y Finocchi se miraron durante unos segundos, a continuación el
inspector propuso retomar la investigación de todo lo que había
sido posible recuperar en las distintas escenas del crimen y que
tuviese que ver con Daniele Santopietro.
–Efectos
personales, objetos de todo tipo, posibles hallazgos... –comenzó a
decir el inspector.
El
agente Finocchi asintió con la mirada.
–De
acuerdo –dijo finalmente el capitán –Algo debo tener yo ahí
dentro, en esas cajas de la esquina, luego haré recuperar todo lo
que hay en los archivos de la Policía y que no está todavía a
nuestra disposición.
–Perfecto
–dijo Zamagni –¿Y con respecto a la carta?
–Tienes
razón –respondió el capitán, como cogido de improviso por una
pregunta inesperada. –Os la debo mostrar también. Un experto nos
la ha traducido. Fue escrita en griego... pero quizás ya os había
mencionado este dato.
El
inspector asintió.
Ir a TRADUCCIONES
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Podedes deixar aqui os vosos comentarios, ideas e suxerencias.
Podéis dejar aquí vuestros comentarios, ideas o sugerencias.
Spazio per scrivere le vostre osservazioni e idee.