El momento crucial tantas veces
pospuesto había llegado por fin. En el pueblo se esperaba con expectación esta
lucha de titanes. La normal actividad diaria había quedado suspendida: los
tenderos habían cerrado sus comercios, las escuelas habían proclamado el día
libre, y todos los muchachos y muchachas correteaban felices por las calles y
plazas; los bancos se habían negado a llevar a cabo cualquier tipo de
transacción; en el asilo, las monjitas habían distribuido bocadillos y
refrescos entre los ancianos y fletado un autobús para asistir al espectáculo.
En los bares no se hablaba de otra cosa: el Gran Día había llegado.
Pero… ¡Perdónenme, qué poca educación!
Ni siquiera me he presentado. Me he puesto a hablar del Gran Día sin darme a
conocer; mi nombre es Conrada Canales, C.C. para los amigos, soy licenciada en
periodismo y hace escasamente un año decidí establecerme en este pequeño
pueblo, soy (como algunos ya habrán adivinado a estas alturas) la cronista
oficial del lugar; bueno, es más que eso, La Voz que Clama en el Desierto, nombre de mi
semanario, es de mi propiedad: soy editora, redactora, directora, tipógrafo,
correctora de pruebas, secretaria, botones, fotógrafa e impresora; es decir, La Voz que Clama en El Desierto se compone
únicamente de mi persona. Este pueblo, de 2.000 habitantes, tiene suficiente
conmigo al objeto de cubrir la información local. Cierto que poseo un número
apreciable de colaboradoras, casi todas las mujeres de El Desierto, pero es una
relación de amistad más que económica la que mantengo con ellas.
Como iba diciendo, antes de esta
presentación aclaratoria de mi identidad, el Gran Día había llegado.
Desde ayer todos los vecinos han
colaborado en su preparación, ya colgando guirnaldas de papel de vivos colores
desde una a otra acera de la calle principal, ya preparando todo tipo de
viandas que se consumirán entre todos después del espectáculo, ya colocando los
asientos desde donde, cómodamente, presenciaremos la dura lucha entre dos
personalidades, dos pesos pesados de este territorio de Wyoming, M. Toval,
famoso pistolero de Montana tenía una cuenta pendiente con nuestro nuevo
sheriff, el honrado M.A. que hacía pocas semanas se había instalado en El
Desierto. Toval había salido de la cárcel del condado de Mississippi hacía
apenas un mes y había jurado matar a ese
renegado en cuanto lo encontrase; M.A. había sido quien lo había detenido
hacía cinco años por matar a un granjero por la espalda, pues éste le había
acusado de hacer trampas al póquer.
Pero el rencor que sentía Toval era
mucho más antiguo: los dos habían pertenecido a una banda que se dedicó a
asaltar a todos los mineros de California durante la Fiebre del Oro; M.A. por
aquella era un jovencito de dieciocho años y, aunque hacía dos que se había
integrado en ella, a raíz de haberse quedado sin su familia a resultas de un
ataque indio a su graja de Oregón, nunca había participado en los ataques a los
mineros. Lo tenían de cocinero y criado en su refugio. Fue razón suficiente
para que el juez lo absolviese y para que el antiguo sheriff de El Desierto lo
cogiese bajo su protección, lo mandase a la capital del estado a estudiar y le
diese la oportunidad de rehacer su vida al otro lado de la ley y recomendarlo
como hombre idóneo para sucederle.
Así que, cuando dos semanas atrás
nuestro sheriff falleció, pedimos al Gobernador que trasladase a M.A. a El
Desierto, a lo que éste aceptó muy gustoso, en memoria del hombre que dedicó
más de veinticinco años de su vida a defender la ley de este pueblo.
Queda apenas una hora para que el
enfrentamiento tenga lugar. Veo desde aquí a M.A. preparado para la lucha,
todos estamos nerviosos pero confiamos en él, y en su puntería con el revólver,
por supuesto. La campana de la iglesia ha empezado a sonar, han avistado a
Toval desde el campanario, dentro de poco estará aquí, la expectativa ante el
evento que se aproxima es tremenda, incluso ha atraído a forasteros de muchos
kilómetros a la redonda; y aunque la calle principal permanece vacía, detrás de
cada ventana hay lo menos veinte personas que quieren presenciar el duelo.
Desde la buhardilla de mi periódico haré lo mismo y, mañana, C.C. les informará
fielmente del resultado
El Desierto, 3 de febrero
Conrada Canales
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