Libro de misterio ambientado en el Madrid del siglo XVII, El gabinete de las Maravillas de Alfonso Mateo-Sagasta, con menos de trescientas páginas, es un texto que se lee con curiosidad y de manera agradable. Extrañas palabras, curiosidad y agradable, para un libro que comienza con el asesinato de un archivero en el palacio de un noble español. Pero así es porque, aunque la mayor parte de la gente ha oído hablar alguna de vez de los gabinetes de maravillas no todos saben que era casi una moda entre los nobles del Barroco coleccionar cosas, cuanto más raras mejor, por el hecho de poseer pero también por la avidez de conocer cómo estaba hecho el mundo, qué cosas se podían encontrar, cómo, si se quería y se podía (había que tener muchísimo dinero para coleccionar de esta manera) se podía tener en la propia casa una especie de pequeño museo para goce privado del dueño de la casa y de sus amigos.
El XVII es un siglo peculiar, hay un afán increíble por desentrañar los misterios de la naturaleza; los nobles con curiosidad, como nuestro protagonista el Marqués de Hornacho, pretendían con estas colecciones, a veces macabras, a veces insólitas, pero siempre impresionantes, llegar a comprender estos misterios, ya fuera con la colección de animáles exóticos disecados llegados de lejanas tierras, con cosas fabricadas por el hombre con materiales fuera de lo común. Por ejemplo, en la página 74, el Marqués de Hornacho dice a Isidoro de Montemayor, nuestro detective privado protagonista de esta novela:
"Conoce la sala de Naturalia, la galería principal, y esta de Lucus Naturae. En ellas se guardan animales, minerales, fenómenos procedentes de la naturaleza y objetos naturales manipulados por el hombre, como estas copas de huevos de avestruz."
En este ambiente de ilustración y extravagancia es donde Alfonso Mateo-Sagasta centra el misterio: la muerte del archivero del marqués, Gonzalo Escondrillo, encargado del cuidado de este Gabinete de las Maravillas. Tampoco puede ser una muerte normal: el hombre aparece con un cuerno incrustado en la sien izquierda.
Para escribir hay que documentarse, siempre, y si, como en este caso, el libro está ambientado en una época y en un escenario tan peculiar como estos pequeños museos privados, la dificultad es aún mayor. Sumergirse en las páginas del libro de Mateo-Sagasta es entrar de lleno en la sociedad madrileña de aquella época tan lejana para nosotros, más que lector uno se convierte en observador, en compañero de andanzas de Isidoro. Mientras leermos casi podemos tocar los objetos que se describen en el libro y recorrer las salas de la casa de un noble hasta sus más recónditos rincones. La manera de escribir de este autor es sencilla pero no vulgar, las descripciones que hace de los escenarios es minuciosa pero no cansina, las relaciones sociales que describe en el libro, el temor de Isidoro, tan sólo un hidalgo, ante el poder del marqués (muy por encima de él socialmente) y de los otros nobles involucrados en la trama, es comprensible. Pero este extraño detective privado del Barroco conseguirá descubrir el misterio a pesar de todas las trabas que aparecen por el camino.
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