Hacía poco que la barca había dejado las orillas de la isla,
oscilando. Con su avance majestuoso parecía herir la superficie
inmóvil del espejo de agua, sembrando, a su paso, ondas parecidas a
escalofríos líquidos que se extendían para disolverse
seguidamente.
El aire rígido de noviembre se
insinuaba entre las capas de los pesados vestidos, haciendo que
Giulia se estremeciese, la capucha calada sobre el pálido rosto.
Todo le parecía tan irreal, todo era tan increíble que parecía un
sueño, es más, una pesadilla, pero en el fondo de su corazón
estaba contenta por haber conseguido, por lo menos, cumplir el último
deseo de su amado esposo, conduciendo sus restos mortales a su amada
isla. La tramontana que azotaba furiosamente las aguas del lago el día anterior, cuando
había llegado de Carbognano con el féretro del marido, parecía que
se había calmado milagrosamente.
Giovanni Capece Bozzuto había
muerto unos días antes y Giulia, ejecutando y respetando los deseos
de su amado, inmediatamente había enviado un mensajero a su hermano,
el Cardenal Alessandro Farnese, con la petición de poder sepultar a
Giovanni en la Isola Bisentina, en el santuario de la familia. Pero
la respuesta de Alessandro no había llegado: quizás, pensó Giulia,
su hermano estaba demasiado ocupado tejiendo la tupida trama
alrededor del solio pontificio para responder a un requerimiento tan
necio.
Así que esa mañana, la domina
del Castello di Carbognano había organizado con rapidez la partida
hacia Capodimonte para el transporte del féretro del marido a su
última morada.
Onofria y Berna, sentadas enfrente
de ella en la carroza, no habían dicho ni una palabra desde que
habían partido. La anciana nodriza y la joven sirvienta observaban a
su señora contemplar los campos que discurrían desde la estrecha
ventanilla del habitáculo: sólo la respiración regular de la
domina rompía el silencio perfecto de aquel momento.
Ya era de noche cuando llegaron a
Capodimonte, ante la fortaleza que dominaba el lago. Y mientras que
para Onofria se trataba de la vuelta a casa, para Berna era la
primera vez que escuchaba al lago bramar por la tramontana. La
muchacha se estremeció, apretujada al chal y, en cuanto descendió
de la carroza en el patio de la fortaleza, buscó refugio debajo del
porticado que recorría el perímetro cuadrado del cavedio.
Onofria alzó la cabeza hacia el cielo e inspiró profundamente.
Giulia, con decisión, dio rápidas
órdenes a los hombres que habían transportado el féretro del
marido.
«Metedlo
en una de las habitaciones que se encuentran en la planta baja y
veladle durante toda la noche.»
Acarició
el ataúd con la mano enguantada antes de subir por las escaleras.
Onofria
y Berna la escoltaban, como si
siguiesen un guión ya escrito.
Por la
mañana, mientras en las habitaciones de la Rocca di Carbognano se estaban
culminando los preparativos para
el viaje, la fiel Onofria había bajado a los establos y había
enviado una avanzada a la Rocca di Capodimonte, incitando a los
hombres a darse prisa, mucha prisa.
Los
caballos que llegaban al patio del palacio, espumeaban por el
cansancio, finalmente libres del peso de los hombres. Los servidores
de la fortaleza se enteraron así
de la llegada de la domina
y las frías estancias comenzaron
a llenarse de ruidos, de vida: en las chimeneas crepitaban las llamas
y las sábanas limpias se extendían en los lechos que la señora y
sus sirvientas ocuparían.
La
fiel nodriza había dado la orden de preparar la habitación que
Giulia ocupaba cuando era muchacha, en aquel palacio que la había
visto nacer y crecer.
La
anciana sabía perfectamente que Giulia, ya que era la señora de la
fortaleza, debería haberse instalado en el cuarto principal donde
durante años se habían alojado sus progenitores. Pero Onofria sabía
bien que su Iulia estaba alterada en lo más hondo por el luto
que la había aquejado en los días que habían transcurrido, y no
quería que los fantasmas de su vida pasada la mantuviesen despierta
más de lo que era habitual en ella.
Sonrió
cuando vio a su señora dirigirse, sin dudarlo, hacia su habitación,
entreteniéndose un momento sobre el umbral para, a continuación,
entrar y cerrar la puerta a sus espaldas.
Giulia
se reencontró con su habitación de cuando era niña, aquella cuyas
ventanas estaban orientadas hacia su amada Bisentina.
¡Cuántos
recuerdos...!
Se
quitó la capa, apoyándola sobre la cama, y a paso lento se acercó
a la ventana desde la cual sólo se veía la profunda oscuridad de la
noche: era como si se asomase a su misma alma, puesta
al descubierto y flagelada por el
gélido viento.
Se
quedó durante unos instantes así, con la mirada perdida en la nada,
antes de sentarse delante del tocador y dejar escapar un largo
suspiro.
Onofria
llamó a la puerta con delicadeza y, al no oír respuesta, se asomó.
Al ver a Iulia
allí sentada, casi ensimismada, se acercó con pasos suaves.
«Madonna
Iulia
¿os ayudo a prepararos para dormir?»
, le susurró.
Sólo
entonces la mujer se volvió y asintió, mientras miraba a la anciana
nodriza. Ahora, por lo general,
aquella tarea se le confiaba a Berna, pero Onofria deseaba estar
junto a su señora, en aquella noche plagada de emociones y de
recuerdos.
«Onofria,
pensaba que este día nunca llegaría, y, en cambio, aquí estoy…
de nuevo viuda...»
Los
ojos de Giulia se llenaron de lágrimas: en su vida muy difícilmente
podía dejar transparentar las emociones que le llenaban el pecho,
pero esa noche, en ese lugar, no consiguió contenerse.
Aquellos
muros que la había visto nacer y crecer le transmitían sensaciones
disonantes, de amor y de repugnancia: se sentía perdida sin su amado
Giovanni. Mañana sería otro día, pero esa noche las emociones la
arrollaban por oleadas, sin descanso.
«Estar
sentada aquí, en esta habitación, en este palacio, en ausencia de
todas las personas que han sido parte de mi vida, de mis hermanos y
mis hermanas, mi madre y mi padre, me parece sinceramente irreal.»
Las
hábiles manos de Onofria habían comenzado a trastear con las
trenzas y las horquillas que mantenían en su lugar los cabellos de
Giulia. Aquel contacto
la hizo retroceder,
a su juventud, a las horas despreocupadas pasadas dejándose
arreglar la cabellera por la
paciente nodriza, a los parloteos coquetos, y a la ingenuidad de su
alma que todavía no conocía las intrigas y los compromisos que
requiere este mundo vil.
«Niña
mía, así es la vida, encuentros y adioses, llegadas y partidas,
donde
la única cita verdadera es con la muerte.»
«Y
luego mi hermano Alessandro que ni siquiera se ha dignado a responder
a mi carta… como si realmente tuviese necesidad de su permiso para
hacer sepultar a mi marido en la Bisentina...»
Los
botones se deslizaban fuera de los ojales uno a uno, bajo las sabias
y ancianas manos de Onofria: cuántas veces había hecho aquel
gesto...
«No
te preocupes, Iulia,
tu hermano estará ocupado con sus obligaciones, seguramente ni
siquiera habrá tenido tiempo de leer tu misiva...»
El
vestido se deslizó
al suelo y la mujer tembló al
instante. Aquella repentina bajada
de temperatura la hizo sobresaltarse, hasta
el punto de meterse rápidamente el frío camisón que la anciana le
estaba tendiendo.
«Será
como tú dices, Onofria, pero, de todos modos, comienzo a estar
cansada de todos estos formalismos, de todos estos fingimientos
detrás de los cuales se ocultan
enormes precipicios.»
Una
ráfaga de viento más fuerte que las otras se abatió sobre las
contraventanas haciéndolas vibrar
pavorosamente. Giulia se agitó y luego volvió a tomar el hilo del
discurso estrechando con dulzura las manos de la nodriza entre las
suyas.
«Sólo
tú, Onofria, quedas de ese tiempo pasado. Sólo tú y un tropel
de recuerdos que se amontonan en mi mente. Esperemos que mañana esta
tramontana se calme.»
Y
hablando de esta manera, se deslizó entre las mantas donde Onofria
había enfilado un brasero calienta camas lleno de brasas. Las
sábanas templadas la envolvieron en un abrazo acogedor y consolador,
al cual se abandonó.
Giulia
gozó de las atenciones que desde siempre su nodriza le reservaba.
Mientas le remetía las mantas la mujer la recordó de niña entre
aquellos mismos muros y, sonriendo, en silencio, se retiró.
Onofria
habría querido, de buena gana, que hubiera sido Berna la que
acompañase a Giulia a la Bisentina, demasiados recuerdos la ataban a
aquel lugar, pero la señora era inflexible: quería que las dos
mujeres la acompañasen a dar el último adiós a su amado Giovanni.
Los
pescadores del lugar habían puesto a disposición de la señora dos
barcas: en una viajaría el féretro y los dos hombres que luego
se ocuparían de transportarlo
sobre los hombros, en la otra, tendrían
cabida las tres mujeres.
Berna,
enraizada con las uñas a la tabla donde estaba sentada, temblaba por
el frío y por el equilibrio inestable en el que tenía la sensación
de encontrarse: era la primera vez que dejaba la tierra firme para
aventurarse sobre un espejo de agua. Observaba a su señora, de pie,
justo sobre la proa mientras observaba la isla que se acercaba con
cada palada de los remos. El hombre al mando de la barca, el rostro
quemado por el sol a pesar de la fría estación, ahondaba con fuerza
el remo de madera en las aguas hasta henderlas y elevar salpicaduras
de agua helada.
Miles
de recuerdos llenaban la mente de la viuda: volvía a pensar en las
veces que había encontrado refugio en la isla, cuando las
emociones de su alma eran
demasiado poderosas
para ser dominadas,
volvía a pensar en el tiempo pasado y en
el estrago que el mismo había
hecho en las voluntades y los deseos ajenos.
Pensaba
en Giovanni y en el respeto que él siempre le había mostrado.
Reflexionaba sobre si misma
y su trayectoria
y, prisionera de estos pensamientos, no se dio cuenta de que la barca
había llegado entre los dos majestuosos robles que señalaban el desembarco sobre la isla.
El
pescador que las había conducido a la isla, en cuanto aseguró los
remos a bordo, saltó sobre el pequeño embarcadero en el que habían
atracado, haciendo que bailase pavorosamente la pequeña embarcación.
Berna
hundió todavía más las uñas en la tabla mientras que el hombre
tendía la mano callosa y seca a Giulia, ayudándola a bajar, seguida
por Onofria y Berna.
Ver en Amazon
Ir a TRADUCCIONES
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Podedes deixar aqui os vosos comentarios, ideas e suxerencias.
Podéis dejar aquí vuestros comentarios, ideas o sugerencias.
Spazio per scrivere le vostre osservazioni e idee.