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lunes, 12 de septiembre de 2022

SABANA SALVAJE de Pier Read - Prólogo

 
Vaticano, mayo de 1975  

Finalmente he conseguido obtener audiencia con el Papa Paolo VI. Acabo de llegar al aeropuerto de Ciampino con mi jet que ahora ya utilizo muy poco. Me están esperando casi todos los idiotas que representan a mis empresas en Italia; son muchos, son demasiados, no recordaba que tuviese tantas bocas a las que dar de comer, debo revisar los organigramas. 
Ya pensaré en esto cuando vuelva a París. 
Entre los que me están esperando está el Cardenal Leon Etienne Duval, mi querido amigo de la infancia, fuimos juntos al seminario, luego, por razones que no me gusta recordar, fui expulsado antes de poder ser ordenado sacerdote. 
Ignoro a todas las sanguijuelas que me esperan, en cambio me paro para saludar a mi amigo Leon, que ha llegado con un coche con las insignias del Vaticano. A pesar de que sufro y me muevo vacilante con mis piernas, todavía consigo caminar, lo sigo hasta el aparcamiento, desde donde partimos para la Santa Sede. 
Leon me confirma que el Santo Padre nos ha concedido una cita y siente curiosidad por conocer mi proyecto, del que el mismo Leon tiene pocas y confusas informaciones. 
Mi confesor personal, el padre Gaetano, ha venido conmigo a Roma, de la que falta desde que el Papa Pacelli me lo asignó con el cometido de que fuese mi asistente espiritual. 
Es el único que, en el secreto de confesión, conoce todos mis pecados, que son muchos, de inenarrable crueldad y ferocidad. Lleva consigo el pesado volumen que sintetiza el proyecto que quiero mostrar al Papa. 
La policía italiana nos escolta hasta la entrada de la columnata de Bernini, permitiéndonos saltarnos colas, semáforos y todas las dificultades ligadas al caótico tráfico de Roma, ciudad que odio, junto con sus insignificantes, ruidosos, pendencieros y arrogantes habitantes. 
El Sumo Pontífice nos acoge en cuanto llegamos en sus aposentos reservados. En la sala privada están el Papa, el Secretario de Estado y su asistente personal, a mí me acompañan Gaetano y Leon. Me hubiera gustado un encuentro íntimo, sólo nosotros dos, pero me doy cuenta de que los allí presentes tienen un juramento de confidencialidad. 
Después de los saludos y las presentaciones, el Papa recita una fórmula donde nos invita a todos a dejarnos guiar por el Espíritu Santo. Finalmente, se me concede la palabra. Todos los presentes, sentados en cómodas butacas, escuchan lo que tengo que proponerle al Papa, uno de los hombres más ricos del mundo. Confieso que estoy emocionado, parece que haya vuelto a la adolescencia, a punto de examinarme por primera vez.

Santidad, le doy las gracias por haberme concedido un poco de su precioso tiempo, estoy aquí para mostrarle mi proyecto, para pedir Su aprobación y Su bendición. 
El tomo que Vos veis aquí posado sobre la mesa representa la síntesis de un proyecto que estoy estudiando, imaginando y meditando desde hace muchos años. 
El Proyecto se llama “Jerusalén liberada”.  

Percibo que tengo encima los ojos de todos los presentes, todos están atentos, el silencio es total. Continúo.

El proyecto se articula en diversas fases, de las cuales algunas ya se han ejecutado. He contactado con el Rey Hussein de Jordania, del que he obtenido un amplio territorio semi desértico donde deseo construir una ciudad de al menos doscientos mil habitantes, totalmente equipada con mezquitas, escuelas, clínicas, mercados, instalaciones para artesanos, un zoco estilo árabe, villas para los notables, chalecitos para la clase media y casas comunes para el pueblo. La totalidad de calles, aceras, líneas eléctricas, telefónicas, red de agua y todos los servicios de una ciudad moderna. 
Una vez que la ciudad sea habitable, comenzaremos a transferir a los musulmanes que hoy viven en Jerusalén Este, luego nosotros nos responsabilizaremos de renovar y restaurar las deterioradas y viejas casuchas de la zona evacuada. Tales edificios, una vez convertidos en modernos y habitables, serán vendidos a los cristianos que quieran mudarse a la Ciudad Santa 

El Papa escucha absorto, su Secretario de Estado pregunta cómo haré para convencer a los musulmanes.

Me doy cuenta de que esto podría representar un problema: hemos programado tres fases, en la primera procederemos ofreciendo dinero y una casa mejor que en la que ahora residen. Para aquellos que lo rechacen procederemos con una deportación forzosa y, finalmente, para los más obstinados recurriremos al viejo método utilizado en las antiguas cruzadas. 
 
Mientras suministro las lógicas y racionales explicaciones veo que el Santo Padre tiene los ojos cerrados, parece que se está adormeciendo, observo, sin embargo, que mueve los labios, está rezando. Continúo: 

A la luz de todo lo que he expuesto aquí, Le pido que bendiga el Volumen que encierra los detalles del proyecto; después de su Bendición y Aprobación, empezaré de inmediato

Pasan unos minutos de silencio, nadie respira, sólo se siente un amortiguado y lejano sonido de campanas. Finalmente el Papa abre los ojos, me mira con atención como si quisiese imprimir mi rostro en su mente; recita una plegaria en latín y me apostrofa de manera directa y sin posibilidad de equívoco: 

Señor Marcel. Nos nunca daremos Nuestra bendición y Nuestra aprobación a una moderna cruzada, no queremos repetir los mismos errores cometidos hace muchos siglos y de los que todavía ahora estamos pagando las consecuencias. Si usted se obstinase en poner en marcha una monstruosidad semejante, Nos nos veremos obligados a emitir una Bula Papal de excomunión.

Inseguro sobre sus piernas, se levanta y se aleja, vuelve a sus aposentos sin volverse y sin ni siquiera dignarse a saludarme o a darme la bendiciónMe he quedado atónito, desilusionado, amargado, luego me asalta una rabia feroz, emito un grito que creo que nadie nunca debe haber pronunciado dentro de las salas ricamente decoradas con frescos, cojo el volumen que había preparado para el Papa y lo arrojo al suelo. 
Gaetano se acerca, me coge de las manos, me acaricia con dulzura como se hace con un niño caprichoso, es el único que sabe cómo tranquilizarme, poco a poco vuelvo en mí. Me invita a arrodillarme y comienza una plegaria, a la cual me uno. 
El Cardenal Leon me invita a tener paciencia, quizás el futuro Papa sea más accesible. 
Puede. 
En el año 1978 Paolo VI muere; antes de ir a Roma veo al Cardenal Duval, mi amigo, lo exhorto para que convenza al cónclave para que elija un Papa más moderno y que quiera dar un giro definitivo a la historia de la Iglesia de Roma. Naturalmente me recuerda que es el Espíritu Santo el que guía las mentes de los numerosos cardenales: que se haga Su Voluntad 
La fumata bianca1 anuncia la elección: ha sido elegido Luciani, un cardenal desconocido, no estaba incluido entre los papables y entre aquellos que tenían posibilidades de ser elegidos. Es cierto que en el cónclave, quien entra papa, sale cardenal, confirmando que los pronósticos casi siempre se incumplen. 
Toma el nombre de Giovanni Paolo I, como queriendo aunar en su persona las características de los dos Papas anteriores. 
Es un papado breve y anodino que deja ninguna huella de su paso. El Padre Eterno ha creído oportuno llamarlo enseguida con él antes de que crease algún problema. 
De nuevo se repite la liturgia del Cónclave; es elegido un joven polaco, toma el nombre de Giovanni Paolo II, siguiendo a su predecesor. 
Es joven, parece ambicioso, es polaco, nación de la que proceden los católicos más convencidos y practicantes, fueron los polacos los que salvaron a Viena de los ataques de los musulmanes. Tengo esperanzas en que mi proyecto pueda obtener la aprobación tan deseada.

Vaticano, 1979

Es septiembre del año 1979, siempre gracias a la intercesión de Leon, finalmente el nuevo Papa me concede la audiencia tan esperada. 
Llego a Roma, esta vez en silla de ruedas, mis piernas ya no quieren sostenerme. Después de una pequeña espera soy admitido en presencia de Su Santidad. 
Quedo sorprendido al constatar la juventud y el espíritu batallador que lo anima; después de las frases de rigor, los saludos y las presentaciones, pido poder mostrar mi proyecto. 
Repito todo como en la audiencia anterior. Al principio la propuesta de construir y permitir el uso de toda una ciudad le ha impresionado positivamente, lo ha considerado una forma de beneficencia a gran escala. 
La situación cambia cuando pronuncio la palabra deportación; da un bote sobre la silla, da la vuelta alrededor de la mesa, se me acerca rabioso, apunta su grueso índice a pocos centímetros de mi rostro y me dice que deje enseguida la Santa Sede, nunca jamás dará su beneplácito a un proyecto tan obsceno, amenazándome con la excomunión. 
Me controlo, no reacciono, otra derrota, otra desilusión. Pienso con amargura que el Papa es joven, ni siquiera puedo esperar que muera antes que yo, que soy de edad avanzada. 
La Iglesia de Roma está dirigida por Papas incapaces, sin una visión de la historia y de su papel en el mundo, mientras que los musulmanes son cada vez más, año tras año, nosotros, los católicos, nos escondemos detrás de viejas y superadas fórmulas de tolerancia y misericordia. 
Necesitamos un guía distinto y más emprendedor. El Papa polaco no es el adecuado para guiar a una Iglesia que quiera reivindicar una función de guía en el Mundo. Este Papa no puede y no debe permanecer mucho tiempo en el solio de Pietro, si el Padre Eterno no interviene acortando su vida, deberé ponerle remedio. He comenzado a estudiar una solución.  


Vaticano, 1981 

Después de la decepcionante audiencia con el Papa polaco en septiembre de 1979, he asumido la derrota, pero no he renunciado al proyecto. 
Estoy pensando en proceder incluso sin la aprobación del Vaticano. Sería un salto al vacío, podría construir la ciudad ideal donde poder transferir a los musulmanes pero no podría quedar vacía para que se marchitase. Debo seguir un camino distinto, cada vez que pienso en ello, me pongo malo, tampoco hablo de esto durante el sacramento de la confesión. 
Es algo que me roe las entrañas. Finalmente lo reconozco: debo hacer que eliminen a este Papa demasiado joven que se opone a mi proyecto. 
Necesito un nuevo Pontífice, más audaz, más interesado en la difusión de la Iglesia de Roma. 
La supresión del Papa debe ocurrir en la plaza de San Pedro, por parte de un musulmán para soliviantar la indignación popular cristiana. 
Tengo un viejo contacto en Bulgaria, lo conozco como Slutanu, formaba parte de las agencias de espionaje de aquel país, ahora está jubilado. 
A través de extraños e inconfesables canales llego hasta él, naturalmente no conoce ni conocerá jamás mi identidad. Le expongo mi proyecto, habrá una compensación de un millón de dólares, si un sicario, musulmán, sigue correctamente la tarea, la mitad anticipadamente y la otra mitad a trabajo acabado. 
Tiene el hombre adecuado, se llama Ali Agca, es turco, pertenece a una banda de locos llamada Lobos Grises que aspiran a la conquista del Mundo en nombre del Islam. Se fija la fecha para el último domingo de abril; por desgracia ese día llueve a mares en Roma, así que el Papa se queda en sus aposentos; la fecha se traslada, será dentro de dos semanas. 
Llega el 13 de mayo de 1981, data fatídica para la ejecución de mi proyecto. Estoy conectado al canal de televisión del Vaticano, el Papa recorre la plaza, un altercado en una esquina me dice que mi hombre ha cumplido su trabajo. 
El Papa se desploma, luego su coche parte como un rayo y desaparece de la pantalla. 
Espero nervioso, luego, poco a poco, comprendo que ese estúpido musulmán ha fracasado, el Papa está vivo, sólo está herido; después de unos días lo dan de alta en el hospital. 
El sicario es arrestado. 
Me pondría a llorar: mi proyecto está, definitivamente, muerto.

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