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lunes, 7 de febrero de 2022

UNA TRANQUILA CIUDAD DE PROVINCIAS (Los misterios de Villa Brandi) de Stefano Vignaroli - Primeras páginas

El puente de Ferragosto1 había pasado con rapidez y la mañana del 17 me encontraba de nuevo en el vuelo Ancona – Genova para volver a mi sede de trabajo, otra vez inmersa en mis pensamientos. Había sido hermoso pasar dos días enteros con Stefano, hacer proyectos para el futuro, hablar de nosotros, del hijo que tendríamos e intercambiar mimos. Mi compañero, en ese breve lapso de tiempo que yo había pasado en Liguria, había cambiado de estilo de vida, y no hablo sólo de la pasión por la música. Había abandonado su habitación en el interior de la clínica para mudarse a una casona a pocos kilómetros de allí. Era un lugar fantástico, inmerso en el verde de las colinas marquesanas. La casa era acogedora y estaba amueblada con gusto, en perfecto estilo rústico. Una chimenea, que destacaba en el salón, calentaría las frías veladas invernales. A través de un amplio patio, ideal para transcurrir al aire libre jornadas y veladas estivales, se llegaba a los establos, donde ya se podían ver perfectamente dos caballos y un poni. Un poco más allá estaban los cubículos para los perros, dos de los cuales ya estaban ocupados por un alano y un setter Gordon. La casona limitaba con un bosquecillo en la parte posterior y con unos campos cultivados por los otros lados.

Es maravilloso dije a Stefano mientras estábamos en el patio disfrutando de los colores de un espléndido atardecer ¡Es una pena que no pueda gozar durante mucho tiempo de este lugar a tu lado!

Oh, no se ha dicho la última palabra. Gracias a tu embarazo podrías pedir un traslado. Y, de todas formas, desde el momento en que estarás de baja por maternidad, estarás aquí y no te permitiré alejarte de ninguna manera hasta que nuestro hijo no haya crecido completamente. Los dos caballos los montaremos nosotros pero el poni está reservado para el pequeño.

¡O pequeña! ¿Por qué hablar sólo en masculino?

Sonriendo y bromeando, Stefano me cogió de la mano, me condujo corriendo hacia la cuadra, soltó los caballos, sin ni siquiera ensillarlos, y me invitó a subir a la yegua mientras él lo hacía a la grupa del macho. Los caballos eran dóciles y era fácil cabalgarlos incluso sin silla y arneses. Todo esto me recordaba los tiempos en los que, cuando era niña, a menudo competía con él para obtener el mejor caballo que había en las caballerizas a donde íbamos, espoleando al desgraciado animal por senderos y caminos de tierra, agarrada a sus crines. ¡Buenos tiempos! Es verdad, me hubiera gustado mucho vivir mi vida allí con Stefano, pero ¿cómo haría con el trabajo? También me gustaba muchísimo y no lo cambiaría por nada del mundo.

El lunes por la mañana Stefano me acompañó al aeropuerto, quedándose conmigo hasta la llamada para embarcar. El momento de despedirnos fue realmente duro, pero el deber me llamaba y subí, un poco a regañadientes, al avión. Ahora que estaba a punto de aterrizar, las emociones estaban dando paso a las ganas de volver a trabajar. En resumidas cuentas, en Imperia me encontraba bien y me entendía perfectamente con mis colegas. Ahora me había dado cuenta de que el distrito de policía era un poco como una gran familia y ya me sentía un poco la jefa, aceptada por todos, no porque imponía mi voluntad sino porque tenía la capacidad de coordinar a ese estupendo grupo de entusiastas policías, demostrando que cumplía con mi parte cuando era necesario. La verdad es que, aparte de la investigación sobre los delitos de Triora, el puesto era bastante tranquilo. Es verdad que los episodios de criminalidad no faltaban y, si consideramos el hecho de que los distritos de policía tienen, de manera crónica, poco personal, todos nos veíamos obligados a hacer turnos de trabajo prolongados para cubrir el servicio de forma adecuada. Estaba muy contenta porque el inspector Giampierei, puesto a elegir entre permanecer en el distrito o volver a trabajar con el comisario jefe, sin dudarlo había optado por la primera alternativa. Ahora ya me había encariñado con él, era mi ayudante, lo consideraba mi alter ego y sería difícil para mí tener que prescindir de él, habida cuenta también de la profunda camaradería que desde el principio se había establecido entre nosotros.

En la sala de llegadas del aeropuerto de Genova esta vez no lo encontré esperándome, ni a él ni a nadie. Retiré mi equipaje y llegué a Imperia en taxi.

Cuando puse los pies dentro del distrito de policía me di cuenta de que había un insólito alboroto. Durante la noche, en el puerto había habido una pelea entre inmigrantes extranjeros y los compañeros se habían dedicado a arrestar a algunas personas de color que estaban produciendo un alboroto insoportable. Le pedí explicaciones a D’Aloia.

Casi todos estaban borrachos, comisaria. Han comenzado a discutir, creo que por motivos relacionados con su religión y, cuando el altercado degeneró, se han tirado unos a otros botellas vacías de cerveza. Alguno de ellos la ha recibido en la cabeza y ha sido atendido en Urgencias. Ahora les tomo declaración, compruebo sus permisos de residencia y los echo a todos de aquí lo antes posible.

¡Buena suerte, D’Aloia! No creo que sea un trabajo sencillo.

A las seis de la tarde, cuando salí de mi habitación, Walter todavía estaba enfrentándose con algunos de ellos que, a pesar de no tener el permiso de residencia en regla, afirmaban trabajar, claramente en negro, para algunas empresas de construcción.

Comisaria, ya no sé qué hacer. ¡Debería expedirles la orden de expulsión pero me dan pena!

Hay una solución: denunciar a quienes les hacen trabajar en negro y nosotros les suministramos un permiso de residencia provisional por un máximo de tres meses.

Sonreí a D’Aloia porque sabía perfectamente que ninguno de ellos hubiera tenido el valor de hacer una denuncia, creando dificultades a otros amigos suyos o parientes que trabajaban para las mismas empresas y salí de la comisaría del distrito para irme a casa.

Estaba a punto de parar un taxi cuando, a mi espalda, apareció Mauro.

Tengo mi coche y por hoy he terminado. Voy hacia Ventimiglia para ver a Anna, creo que un desvío para acompañarte a casa no hará que llegue demasiado tarde.

Acepté de buen grado el paseo y, en cosa de un cuarto de hora, llegué finalmente a casa. Clara estaba en el jardín jugando con Furia y observé que en el saludo que hizo a mi compañero se trasparentaba mucha complicidad. En ese momento no hice mucho caso, a fin de cuentas habían transcurrido mucho tiempo juntos en ese último período. Y además tenía otras cosas en la cabeza.

Una de las prioridades a la que tuve que enfrentarme en los días siguientes fue la de ir a un ginecólogo que me vigilase durante el embarazo. Laura me aconsejó una joven doctora que trabajaba en la sección de Obstetricia del Hospital de Imperia.

1Nota del traductor: El 15 de agosto, la Asunción de la Virgen María.

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