miércoles, 28 de noviembre de 2018

Los Secretos de la Mente y el Cuerpo de Oreste Maria Petrillo y Gianluca Pistore - Primer capítulo

Recuerdo perfectamente aquel lunes del mes de abril. Aquí en Río hacía calor, mucho calor. Era el típico día de primavera en que las personas encontraban más placer en tumbarse en la playa que en trabajar en una oficina con el aire acondicionado. Y recuerdo también aquella llamada telefónica a  mi cuartel general, en mi Cueva de los Guerreros, un lugar de encuentro para todos los amantes del levantamiento de pesas, para todos los apasionados del old style. “Buenos días, ¿hablo con Himenes, George Himenes? ¿El propietario del gimnasio Muscle and Mind”? dijo una voz débil desde el otro lado de la línea.
“Sí” respondí inmediatamente. “¿Con quién tengo el placer de hablar?”
“Me llamo Santana, Carlos Santana. Me urge hablar con usted. ¿Cuándo podría encontrarme con usted?”
“Bueno, si no tiene nada mejor que hacer puede venir ahora mismo. ¡Los guerreros del hierro no descansamos jamás!” afirmé con vehemencia.

Fue de esta manera que conocí a aquel extraño muchacho que provenía de las favelas. Pesaba más o menos 60 kilos empapado de agua y con una altura de un metro y ochenta y cinco.
Era el clásico ectomorfo. Menudo, de esqueleto grácil y con una musculatura poco desarrollada. Tenía hombros estrechos y un tórax largo y plano. Tanto su peso como su perímetro torácico non concordaban con su estatura. Además eran casi tan largos sus miembros superiores como los inferiores.
Parecía estar desnutrido y atemorizado.
“Bien, querido Carlos, ¿en qué te puedo ayudar?”
“Me dijeron que usted hace milagros con las personas…”
Lo paré enseguida. “Muchacho, cuidado con lo que dices. Los milagros los hace Dios. Yo simplemente ayudo a que salga la mariposa de su capullo. Miguel Ángel esculpía la piedra para realizar sus obras, pero las obras maestras estaban ya en el interior de la piedra en bruto. Él sólo redondeaba los ángulos. Pues bien, esto es lo que hago yo”
El muchacho, titubeante, me miró con los ojos muy abiertos y añadió. “¡No me importa! Tengo que ganar el Campeonato Internacional de las Dos Américas”.
“Tranquilo, chaval, poco a poco. Ya te he dicho que no hago milagros, ¿tú quieres ganar el campeonato más importante de halterofilia americana en menos de un año y partiendo de cero?” ¡Que tipo más simpático! Quizás no se había mirado nunca en un espejo, yo ni siquiera le hubiera dado permiso para inscribirse en ell torneo de halterofilia del barrio.
“Usted no lo entiende. Necesito hacerlo. ¿Me quiere ayudar o no?” se apresuró a decir con una rabia en su mirada que yo no había visto jamás.
El primer momento de confusión se desvaneció enseguida: “Muchacho, no lo conseguirás, olvídate. Si quieres hacer deporte puedo ayudarte pero quítate de la cabeza esas tonterías.”
Me miró con los ojos llorosos: “¡Usted es un inepto! ¡No sabe nada sobre deportes! Se limita a mirar como soy ahora, no consigue imaginarme más fuerte y tampoco a ver, más allá de mi cuerpo, la rabia, la motivación y el dolor que hay dentro de mí…” Hizo un amago de decir algo más, después se volvió y comenzó a caminar con paso decidido hacia la salida.
Lo llamé “¡Muchacho! Espera un poco… ¿cuál es esa gran motivación? Venga, escuchemos… ¿Para qué te sirve ganar la más importante competición de halterofilia americana, quieres, a lo mejor, demostrar algo a tu novia?”
“No me importa ganar. ¡Necesito el premio de 80.000 dólares que está en juego para sacar a mi hermano pequeño de las calles! Hemos nacido en una familia muy pobre, como tantas otras de las favelas de Río. En nuestros barrios hay incursiones de la policía,  de los Batallones de la Muerte, casi todos los días. Intento mantener a mi hermano apartado de la influencia de la banda, pero es difícil. Nuestro padre murió durante una redada policial, muerto de un tiro que iba dirigido a un narcotraficante que vivía a cincuenta metros de nosotros. Después de su muerte nuestra madre cayó en un estado de depresión fortísimo y no consigue sacar a flote a toda la familia. Nos ayudan los misioneros de San Francisco pero eso no funciona. Intento sacar algún dinero extra trabajando con un carpintero amigo de mi padre, ¡pero la paga no me permite ni siquiera inscribirme en el gimnasio! Hace unos meses mi hermano ingresó en una banda de traficantes, que está bajo el control de Ramires, uno de los mayores traficantes de droga de nuestra favela y el más despiadado.” Mientras hablaba los ojos comenzaron a iluminarse, a convertirse en transparentes, y yo entendí lo que sentía su corazón. Era la encarnación de una triste historia como muchas otras.  Los puños cada vez más apretados sobre sus piernas. “Yo intento explicarle que si continúa así sólo conseguirá malograrse y perjudicarnos a nosotros que le queremos bien, pero él ignora mis sugerencias. Intenté hablar con algunos de su banda, primero me advirtieron diciéndome que no metiese las narices ¡y después una nariz rota! ” cerró los ojos al recordar las desagradables experiencias. “Quiero ganar por él y por nuestra madre… ¡Quiero llevarlos lejos de aquí! Usted es el único que puede ayudarme a alcanzar este objetivo y el único que no se ha dejado avasallar y al que los narcos respetan.”
Parecía distinto de los matones habituales que venían al gimnasio. “Muchacho, la vida no es fácil para nadie. Deberías saber que si te entreno acabarás escupiendo sangre. Serán los diez meses más duros de tu vida. Tu madre te ha dado la vida, yo te la reprogramaré. Transformo mocosos en auténticos hombres, sin tener en cuenta la edad. Te convertirás en un hombre, pero antes deberás volver a ser un niño, a llorar, a suplicar piedad y nadie te ayudará. Estarás luchando contigo mismo antes de poder combatir contra el mundo. No habrá nadie que te ayude a levantarte. Deberás hacerlo tú mismo. Deberás rehacerte y aprender a levantarte. Te enseñaré que no te debes rendir nunca ante la vida. No debes nunca bajar la guardia, no rendirte jamás, no lamentarte nunca. ¿has comprendido, chaval? ¿Serás capaz de resistir todo esto?”
“¡Empecemos!” respondió titubeante Carlos.
“Perfecto, ven mañana por la mañana muy temprano, antes de ir al trabajo, aquí en mi gimnasio hablaremos sobre el modo de proceder. Es todo por ahora”
Antes de que saliese del gimnasio le hice pararse. “Dentro de una semana conocerás a una persona especial que te podrá ser de gran ayuda. Es un entrenador de la mente”
“¿Un loquero?” añadió enseguida Carlos con aire despreciativo.
“No, peor. Ahora vete a casa y descansa. Nos vemos mañana”
Lo vi desde los ventanales del gimnasio salir con la espalda curvada, parecía que no tuviese pecho. La cabeza baja. “Habrá que trabajar duro” pensé. El primero que debería creer que sería capaz de alcanzar su objetivo tenía que ser él.






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