martes, 16 de julio de 2019

El gemelo desaparecido de Federico Betti - Primeras páginas

Él no podía saber qué consecuencias tendría aquella acción que, en ese preciso momento, podría parecer a cualquiera absolutamente normal.
Lo único de lo que estaba absolutamente seguro era que se encontraba bien.
Es verdad que no sucedía nada realmente emocionante: la acostumbrada rutina, pero para Él lo más importante era estar bien y hasta ese instante nada le hizo presagiar que, de un momento a otro, algo cambiaría.
En Su caso, el sentido del tiempo no le preocupaba ya que el discurrir de los mi­nutos, de las horas, de los días y demás se reflejaba perfectamente en la frase todo es relativo.
En un momento indefinido de un día cualquiera, del que no sería capaz de explicar los detalles, Él vio a Otro.
¿Qué hacía en ese lugar?
No sabría dar una respuesta, de todas formas cada día que pasaba Él se daba cuenta que el Otro tenía, evidentemente, Sus mismos derechos, también el de vivir en el sitio donde se encontraba.
Desde el día en que lo había visto, todo había ido como la seda, sin problemas, hasta que algo se torció.
Él no sabría decir qué había salido mal pero seguramente había ocurrido algo que había provocado que la situación cambiase.
Al Otro no lo vio más, aparte de eso, todo seguía como antes, la misma rutina de siempre. Él seguiría siendo el que era, aunque, a decir verdad, cada día se sentía más fuerte…

Dos meses después…

Su marido temblaba y desde hacía unos días que ya le costaba dormir.
El hombre sabía que cualquier día podía ser el bueno y que muy pronto se converti­ría en padre.
Obviamente todos los amigos y los parientes lo sabían y estaban ya preparados para celebrarlo con regalos de recordatorio; el día en que la mujer fue llevada a Urgencias él llamó enseguida a todos aquellos que se le ocurrió para informarles de que deberían estar preparados porque el gran día había llegado.
En el quirófano el marido no podía evitar su nerviosismo. Aunque probablemente no se diese cuenta estrechaba la mano de la mujer tan fuerte que le habría podido hacer daño.
Después de una espera bastante larga ella decidió dar a luz a un niño y la tensión se suavizó.
La señora fue acompañada de nuevo hasta la habitación del hospital de Santa Úr­sula de Bolonia, donde permaneció acompañada por el marido.
Después de los controles de rigor, la responsable de la unidad de obstetricia in­formó a los esposos que su hijo pesaba cuatro kilos y medía cuarenta y dos centímetros.
Al hombre y a la a mujer no les parecía real: aquel día un sueño se había convertido en realidad.
Después de transcurrido el tiempo necesario para asegurarse que fuese idónea para darle el alta del hospital, el hombre volvió con su mujer para acompañarla a casa junto con su hijo primogénito.
Esa misma noche el marido había conseguido contactar con los amigos y pa­rientes más cercanos, para poder montar una fiesta en honor de su hijo.

Fue una fiesta en toda regla, con tarta de nata y chocolate, pastelitos, galletas sala­das, todo tipo de refrescos y los inevitables regalos que compondrían el ajuar del recién nacido. Cuando se despidieron al finalizar la fiesta, parecía que cada uno de ellos volviese a su propia casa todavía más feliz que cuando habían recibido la noticia del nacimiento del niño.
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