jueves, 23 de abril de 2020

El Gran Día

El momento crucial tantas veces pospuesto había llegado por fin. En el pueblo se esperaba con expectación esta lucha de titanes. La normal actividad diaria había quedado suspendida: los tenderos habían cerrado sus comercios, las escuelas habían proclamado el día libre, y todos los muchachos y muchachas correteaban felices por las calles y plazas; los bancos se habían negado a llevar a cabo cualquier tipo de transacción; en el asilo, las monjitas habían distribuido bocadillos y refrescos entre los ancianos y fletado un autobús para asistir al espectáculo. En los bares no se hablaba de otra cosa: el Gran Día había llegado.
Pero… ¡Perdónenme, qué poca educación! Ni siquiera me he presentado. Me he puesto a hablar del Gran Día sin darme a conocer; mi nombre es Conrada Canales, C.C. para los amigos, soy licenciada en periodismo y hace escasamente un año decidí establecerme en este pequeño pueblo, soy (como algunos ya habrán adivinado a estas alturas) la cronista oficial del lugar; bueno, es más que eso, La Voz que Clama en el Desierto, nombre de mi semanario, es de mi propiedad: soy editora, redactora, directora, tipógrafo, correctora de pruebas, secretaria, botones, fotógrafa e impresora; es decir, La Voz que Clama en El Desierto se compone únicamente de mi persona. Este pueblo, de 2.000 habitantes, tiene suficiente conmigo al objeto de cubrir la información local. Cierto que poseo un número apreciable de colaboradoras, casi todas las mujeres de El Desierto, pero es una relación de amistad más que económica la que mantengo con ellas.
Como iba diciendo, antes de esta presentación aclaratoria de mi identidad, el Gran Día había llegado.
Desde ayer todos los vecinos han colaborado en su preparación, ya colgando guirnaldas de papel de vivos colores desde una a otra acera de la calle principal, ya preparando todo tipo de viandas que se consumirán entre todos después del espectáculo, ya colocando los asientos desde donde, cómodamente, presenciaremos la dura lucha entre dos personalidades, dos pesos pesados de este territorio de Wyoming, M. Toval, famoso pistolero de Montana tenía una cuenta pendiente con nuestro nuevo sheriff, el honrado M.A. que hacía pocas semanas se había instalado en El Desierto. Toval había salido de la cárcel del condado de Mississippi hacía apenas un mes y había jurado matar a ese renegado en cuanto lo encontrase; M.A. había sido quien lo había detenido hacía cinco años por matar a un granjero por la espalda, pues éste le había acusado de hacer trampas al póquer.
Pero el rencor que sentía Toval era mucho más antiguo: los dos habían pertenecido a una banda que se dedicó a asaltar a todos los mineros de California durante la Fiebre del Oro; M.A. por aquella era un jovencito de dieciocho años y, aunque hacía dos que se había integrado en ella, a raíz de haberse quedado sin su familia a resultas de un ataque indio a su graja de Oregón, nunca había participado en los ataques a los mineros. Lo tenían de cocinero y criado en su refugio. Fue razón suficiente para que el juez lo absolviese y para que el antiguo sheriff de El Desierto lo cogiese bajo su protección, lo mandase a la capital del estado a estudiar y le diese la oportunidad de rehacer su vida al otro lado de la ley y recomendarlo como hombre idóneo para sucederle.
Así que, cuando dos semanas atrás nuestro sheriff falleció, pedimos al Gobernador que trasladase a M.A. a El Desierto, a lo que éste aceptó muy gustoso, en memoria del hombre que dedicó más de veinticinco años de su vida a defender la ley de este pueblo.
Queda apenas una hora para que el enfrentamiento tenga lugar. Veo desde aquí a M.A. preparado para la lucha, todos estamos nerviosos pero confiamos en él, y en su puntería con el revólver, por supuesto. La campana de la iglesia ha empezado a sonar, han avistado a Toval desde el campanario, dentro de poco estará aquí, la expectativa ante el evento que se aproxima es tremenda, incluso ha atraído a forasteros de muchos kilómetros a la redonda; y aunque la calle principal permanece vacía, detrás de cada ventana hay lo menos veinte personas que quieren presenciar el duelo. Desde la buhardilla de mi periódico haré lo mismo y, mañana, C.C. les informará fielmente del resultado

El Desierto, 3 de febrero

Conrada Canales