martes, 7 de abril de 2020

La anciana

Una soleada tarde de primavera paseaba con un amigo por los jardines de Méndez Nuñez. Hacía por lo menos diez años que habíamos perdido el contacto; después de informar cada uno al otro de lo más significativo de nuestras vidas ocurrido durante este intervalo de tiempo, pasamos a hablar de cómo a veces la vida real supera a la ficción. Ël no estaba de acuerdo conmigo, pensaba que en lo cotidiano sólo existía vulgaridad y pocas personas podrían contar hechos siquiera la décima parte de emocionantes a los referidos en las novelas  románticas del siglo XIX. Nos sentamos en un banco, observé que, próxima a nosotros, estaba una señora mayor leyendo, la cual, de vez en cuando, levantaba la vista del libro para posarla en una niña que se estaba ensuciando con la tierra debido a su afán por fabricar pasteles de barro. Yo la conocía asi que le dije:
-¿Qué piensas de esa anciana que está en ese banco? Imagina su historia, su entorno, conocidos, familia…y piensa que tiene más de setenta años.
-Es elegante, reposada, posiblemente la viuda de un militar…un coronel, con el que se casó cuando tenía dieciocho años; nunca engañó a su marido aunque una vez estuvo tentada pero fue sólo un instante. Tuvo cinco hijos, tres niños y dos niñas; uno de ellos salió militar, como el padre, otro comerciante y el menor está finalizando la carrera de Derecho, la hija mayor está casada con un capitán de la marina mercante y la menor tiene novio y estudia Informática. La nieta es la primera que tiene y está muy mimada. Tiene un tío por parte de madre que es cura y una tía por parte de padre que es monja, muy ancianos, casi centenarios. En Navidad aparecen todos por casa de la abuela y cantan villancicos alrededor del belén. Veranean en un pueblo al que van desde hace quince años. La anciana pertenece a cuatro o cinco asociaciones benéficas y la mayor parte de su pensión vaa parar a ellas, por lo que riñe de continuo con los hijos aunque nadie ha podido disuadirla de que no lo siga haciendo. La niña va a un colegio de religiosas muy severo en el que la piensan dejar hasta acabar los estudios primarios, luego cursará el bachillerato en Irlanda, Estados Unidos o Gran Bretaña; yo me inclino a pensar que será en Estados Unidos.
-¿Nada más?-pregunto, divertida por la invención.
-No se me ocurre nada.
-Ahora te voy a contar lo que realmente ha vivido esa mujer:
Su nombre es Irene, proviene de un pueblo pesquero de la Costa da Morte, pobre y pequeño, al menos cuando nació en 1928, ahora ha progresado un poco pero no llega a los mil habitantes; la menor de doce hermanos, seis hombres y seis mujeres: ellos, marineros; ellas, la tierra (el minifundio herencia de una tía materna) y la casa; algo de contrabando todos. Tres de sus hermanos murieron en la mar, como diría ella, los otros emigraron a Francia y montaron, al cabo de los años, un restaurante gallego en París, un año de estos volverán. Dos de las hermanas decidieron marchar también, eligieron Madrid: una se casó con un profesor de la academia nocturna a la que iba después de finalizar su trabajo de camarera  en una cafetería de la zona de Recoletos, la otra se enamoró de un actor y ahora, junto con su marido, posee una compañía de teatro, nada conocida en España ya que trabajan argumentos experimentales y demasiado vanguardistas para este país, son muy conocidos en Japón y Alemania. Las otras dos quedaron con los padres, ella, la menor, cuando cumplió los quince años se largó también, a París. Allí sirvió durante dos años en diferentes casas; viendo el poco futuro que tenía con aquel trabajo comenzó a barruntar su partida; le llegaron noticias por medio de una muchacha amiga suya que trabajaba en la Embajada de España de que en Australia se necesitaban mujeres, se informó y compró un pasaje, sólo de ida.
Allí aprendió a hablar inglés rápidamente, ya que tenía una predisposición natural para los idiomas, algo que hasta ese momento no sabía. Entró a trabajar en una fábrica de hilaturas, al cabo de un año estaba harta también de este trabajo asi que fue a una tienda a comprar lo necesario para internarse en el país en busca de oro. Le habían hablado de unas montañas en pleno desierto; allá se fue, sola, tenía dieciocho años. Vagó por aquellas tierras durante tres o cuatro años, no encontró ni rastro del oro pero aprendió muchísimas cosas: cómo poner trampas, cómo cazar, y los distintos dialectos de los aborígenes, entre los que había adquirido un gran prestigio tanto por su inteligencia como por su valor. Ni siquiera en Australia, país donde los aventureros proleferaban allá por los años cuarenta, era frecuente encontrar mujeres dispuestas a internarse en el desierto y mucho menos solas; estaba bien allí, era feliz, tenía muchos amigos, pero su naturaleza inquieta le pedía más, por lo que después de despedirse de todos su conocidos contrató un pasaje en “La Estrella de Oriente”. Este barco era propiedad de un gallego amigo suyo que hacía normalmente la ruta Sidney-Madras (India), Irene quería llegar a Grecia e intentar traficar con perlas; después de un viaje difícil en el que estuvieron a punto de irse a pique varias veces debido a los fuertes temporales, llegaron a Madras, donde su amigo le puso en contacto con un comerciante griego que estaba introducido en el negocio de perlas y telas exóticas , dueño de una pequeña flota de barcos. Su nombre era Alejandro. El griego se enamoró inmediatamente de ella y le pidió que se casara con él, ella se nego pero, con tanta cortesía que, apasionado como era Alejandro asi como un hombre de impulsos generosos, le regaló uno de sus mejores barcos y puso a su disposición una tripulación de diez hombres al mando de su primo Mikis. También le vendió, a bajo precio, multitud de telas que podría cambiar por perlas a otro primo suyo, con quien normalmente hacía estos negocios, y que vivía en Parós, una de las islas Cícladas (en el Mar Egeo). El viaje transcurrió sin novedad: Colombo (ahora se llama Sri Lanka), Bombay, Karachi (Pakistán), Salala (Omán), Adén (Yemen), Jidah (Artabia Saudí), Suez, Port Said (Egipto), Nicosia (Chipre), islas de Kásos y Amorgós, y por fin Parós.
Allí estaban esperándole todos los familiares de Alejandro, que les había escrito una carta pidiénoles que la acogieran y ayudaran a iniciar su negocio; hubo una gran fiesta durante tres días y tres noches en su honor. La trataron con la mayor deferencia ya que entre los griegos los deseos del patriarca de la familia deben ser satisfechos en todo momento, y este era Alejandro, el hombre que se había enamorado de ella.
Permaneció allí duranter seis meses que aprovechó para negociar con varios comerciantes de las islas, aparte de consolidar su relación cada vez más cordial con Aristóteles, el primo de Alejandro. En esta familia tenían la creencia de que si ponían a sus primogénitos varones nombres antiguos de grandes hombres, en ciaerta manera su fama influiría en ellos para que llevasen a buen término sus ambiciones, y como ellos serían el inicio de nuevas familias, los próximos patriarcas de sus respectivas ramas, eso les ayudaría tanto a que su autoridad fuese respetada como a picarles en su orgullo para que, si no igualar a los antiguos héroes y sabios, por lo menos intentarían llevarlo con honor y honradez. Así se lo contó Aristóteles a Irene, si bien con un lenguaje mucho más rimbombante que el utilizado por mí. Se familiariza con el idioma griego y un par de sus dialectos, asi como con las costumbres y leyendas de este antiguo pueblo. Una tarde de primavera decide que es hora de ir a vender las perlas acumuladas durante estos meses en los mercados de París y Londres; le dan una gran fiesta de despedida en la que le ofrecen regalos y recomendaciones todo el mundo, y al día siguiente embarcan con la nve repleta de regalos destinados a los familiares asentados en Francia y Gran Bretaña. Por la mañana temprano levan anclas, sin sospechar que este viaje les va a traer más de una sorpresa.
Europa estaba en guerra, pero no había llegado todavía a Francia; en cuanto a Gran Bretaña, era prácticamente imposible de invadir debido a su insularidad. Lo primero que hace al desembarcar es visitar a los parientes que Alejandro tiene en Marsella, deja a dos marineros al cuidado del barco mientras ella con el resto de la tripulación y Mikis se dirigen a la casa del hermano menor de su enamorado; debía resultar curioso verla pasear por la ciudad acompañada de nueve fornidos griegos, siempre a su alrededor protegiéndola, aunque ella no lo necesitase. Teo la trata como si fuera una hermana, le hace regalos y está atento al menor de sus deseos, al cabo de tres días le entrega una carta de presentación para “monsieur” de La Croix, un banquero parisién con el que Teo lleva haciendo tratos desde hace diez años, socio en sus negocios y amigo personal desde que llegó a Francia en 1932. Le dará alojamiento en París a ella y sus acompañantes. Irene decide dejar el barco con cinco marineros en Marsella, viajará con Mikis y cuatro acompañantes más. El bueno de Mikis, siempre callado y servicial, y siempre enamorado de la mujer que nunca podrá conquistar porque ella no se ha fijado en él, está demasiado ocupada traficando, comprando y vendiendo, como para darse cuenta de su ciega abnegación y de su profundo amor. En veinte días deben ir a París, hacer el trato con el banquero, pasar el estrecho de Calais, dirigirse a Dover, entablar contacto con otro pariente de Alejandro, que a su vez les pondrá en comunicación con un anticuario y un banquero londinense y volver a Marsella.
Deja pagado a los que se quedan dos meses de sueldo y cogen un tren a París, ninguno de ellos había estado antes en esta ciudad, caminan asombrados intentando verlo todo: las luces, los comercios, los parques, los restaurantes, los bulevares, la gente,…Compran ropa adecuada para la ocasión e inmediatamente se dirigen a ver a “monsieur” de La Croix, director de uno de los bancos más antiguos y prestigiosos de la capital de Francia; en cuanto ella entrega la carta de presentación al banquero este se deshace en elogios hacia Teo y su familia, hacia la amistad, etc., un buen hombre aunque un poco cursi y peswado, aunque muy generoso ya que les invita a cenar a todos en el Ritz y, por supuesto, hace con ellos de cicerone en la noche parisina; llegan a un acuerdo cerrando el negocio por la mañana: les comprará la mitad de las perlas por medio millón de francos. No sólo eso sino que también pone a su disposición su coche particular que será el que les lleve hasta Calais. A Irene Francia le recuerda su tierra, hace casi ocho años que salió de ella y perdió el contacto con sus padres y hermanas y, aunque los días que ha permanecido en París le han servido para reencontrarse con sus hermanos y ellos le han dado noticias de su pueblo, siente la nostalgia del gallego por volver al lugar donde nació. Pero aún le queda mucho por hacer y mucho por vivir, no ha llegado el momento de retornar a sus raíces, aún le queda mucho que aprender; es joven, tiene veintiún años, y ambiciosa, pero no tacaña pues comparte todo con quienes le vinene ayudando desde que salió de Parós, la tripulación la aprecia…¿qué más puede desear?
Tardaron dos o tres días en llegar pero no pudieron embarcar aquella noche debido al fuerte temporal, muy frecuentes en esa época del año. Pasaron la noche en una posada y salieron en el “ferry” de madrugada, el chofer y el coche con ellos, pues tenía órdenes de acompañarlos a Londres asi como de esperar a que llevasen a buen término sus gestiones y volver con ellos a París. No estaba acostumbrada a que la tratasen así, nunca había buscado compasión ni ayuda, siempre se había valido de sus propios medios y fuerzas, y había sabido salir delante de las situaciones más comprometidas, pero Alejandro la amaba y, aunque no tuviese esperanzas en  cuanto a conseguir que Irene le correspondiese, hacía por ella todo lo que podía. Al igual que en París arregló sus asuntos rápidamente, de manera que recorrieron Londres y sus alrededores durante unos días antes de volver a París, en Marsella no les esperaban hasta dentro de diez días. Pensando en regresar fueron a despedirse de Mr. Brigg, el anticuario, y de Sir Nelson McKinks-Attenborough, el banquero. Con ellos estaba otro hombre; le dijeron que se llamaba Donald Roodwaters. Deseaba, si no tenía inconveniente, hablar con ella a solas sobre un asunto de la mayor importancia, como era muy curiosa aceptó; entraron en una pequeña sala anexa a donde se encontraban: Alejandro le había escrito sobre ella, (¡era increíble a cuánta gente conocía este hombre!), en los términos más elogiosos. Quería proponerle un negocio bien pagado pero peligroso, el asunto trataba de lo siguiente: Alemania había invadido Polonia y no se sabía hasta donde podía llegar con su política de agresión, el gobierno inglés le había encargado la formación de una red de agentes dispuestos a todo, que entrarían en acción tan pronto como Francia fuera invadida, también se temía por Grecia. Le habían hablado de su valentía y coraje, de su vida en Australia, y de muchas otras cosas que ella no se explicaba cómo era posible que las hubiera sabido. Dijo que sí. Volvieron a Marsella donde pasaron unos días comprando regalos para la familia, luego pusieron rumbo a Parós.
Alejandro, que había ido a visitar a su  primo, se puso muy contenta al verla. Estuvo un año comerciando con perlas y telas, siempre acompañada por Mikis. Le gustaba este trabajo, tenía tratos con Arabia, Pakistán y Yemen, aprendió árabe. Un día que iba a partir rumbo a Karachi, en Pakistán, le llegó un telegrama urgente: era de Donald Roodwaters. La necesitaba en Gran Bretaña, a ella, a su barco y tripulación; asi que cambió sus planes y partió. Tardaron casi una semana en llegar a Dover, allí estaba él esperandoles, subió al barco: debían partir esa misma noche con un cargamento de armas , que recogerían en una cala de la resistencia francesa en Bretaña, a continuación se dirigirían a Barcelona. El barco sería cargado también con telas y otras mercancías con el objeto de no despertar sospechas entre el contraespionaje alemán; figuraría un barco mercante que se dedica tan sólo a sus negocios.
En Barcelona deberían recoger a un pasajero llamado Peter, lo incluiría en su tripulación y lo llevaría a Grecia; en concreto, a Yithión, al sur del Peloponeso. Tenía la misión de formar una red de agentes en todas y cada una de las islas griegas.
Irene trabajó para el servicio de inteligencia inglés hasta el final de la guerra, nunca fue descubierta aunque una vez que estuvieron a punto de hacerlo la salvó Mikis. Corrían ciertos rumores en el campo alemán: una mujer, propietaria de un barco, podía estar colaborando con los inglese en calidad de correo. Se pusieron a buscarla. Llevaba más de cuatro meses trabajando para Donald Roodwaters cuando, un día, a la altura de Lisboa, una patrullera alemana divisó el barco. Dado que no estaba muy próximo a las rutas comerciales decidieron darle el alto y pedir su identificación; Irene poseía una abundante cabellera negra y Mikis pensó que sería mejor ocultarla antes de que los alemanes subieran a bordo, asi que se la cortó, le puso una gorra y la hizo bajar a la sala de máquinas. Los alemanes saltaron a cubierta, pidieron a Mikis que reuniera a la tripulación pues estaban buscando a una mujer, él contestó que en su barco no había ninguna, que daban mala suerte, le dijeron que recibiría una sustanciosa recompensa por ella, a lo que el valiente muchacho contestó que lo tendría en cuenta. Formaron todos en cubierta, incluso Irene con la cara sucia de carbón:
-¿Quién es ese muchacho?-preguntó el oficial al mando.
-Es mi hermano pequeño, está a mi cargo porque nuestros padres murieron en un incendio en nuestro pueblo-contestó Mikis.
-Registrad el barco-ordenó el comandante alemán.
-Sólo llevamos telas-informó Mikis.
-No nos interesan, buscamos armas.
Por suerte el barco estaba provisto de un doble casco, que era donde iban las armas, y también una cantidad indeterminada de algodón con el fin de que no sonase a hueco y no descubriesen el escondite; y asi ocurrió: no lo detectaron. No teniendo nada contra ellos dejaron que continuasen su viaje.
Después, al irse los alemanes, Irene bajó de nuevo a las calderas, Mikis la siguió:
-Gracias.
-Hubiese hecho cualquier cosa por ti-le respondió él mirándola fijamente a los ojos.
-Mikis, ¿por qué me miras así?
-Te quiero Irene-contestó él-quiero que te cases conmigo.
-Tal vez, tal vez; dame tiempo para pensarlo-respondió, intentando ocultar sus emociones pues lo apreciaba pero todavía no estaba segura si lo que sentía por él era amor o tan sólo agradecimiento por haberle salvado la vida.
Después de terminada la guerra siguió comerciando con Alejandro. El sentimiento hacia Mikis se fue consolidando y fortalenciendo, y asi se lo dijo el día que él cumplía veinticuatro años, pues no era ninguna mojigata y sí una mujer de acción. Mikis aulló de contento y, por supuesto, montó una fiesta por todo lo alto durante siete días. Alejandro se alegró mucho por ellos.
Desde aquella, marido y mujer no se separaron, navegando juntos durante años a la par que urdían una intrincada red de relaciones comerciales desde Grecia a La India. Un buen día, ella le habló de su tierra y de su deseo, desde hacía muchos años, de volver allí. Lo primero que hicieron fue volver al pueblo donde vivían sus padres, hacía catorce años que había abandonado la Costa da Morte y no los había visto desde aquella: murieran, aunque todavía permanecían en la casa dos de sus hermanas, la otra, harta de la vida en el pueblo, se había largado a Bilbao donde casó con un médico.
Permanecieron una larga temporada allí, Mikis estaba encantado. Las hermanas deseaban marchar a Coruña pero no tenían una idea concreta sobre lo que deseaban hacer allí, entonces se le ocurrió una idea: iría a medias con ellas, montarían una joyería, mientras Ella y Mikis se encargaban de la compra y transporte de la mercancía ellas permanecerían en la tienda. A todos les pareció una idea excelente. Las cosas les fueron bien desde el principio; con el tiempo Irene quedó embarazada y, entonces, de mutuo acuerdo con Mikis, decidieron que lo mejor era permanecer en la tienda los dos. Llamaron a uno de los hermanos de él para que se encargara del barco mientras ellos, desde tierra, seguían en contacto con sus conocidos en los negocios. De vez en cuando surgía alguna dificultad, se alejaban temporalmente de la joyería, pero ya se había acabado aquella vida de ir de un lado para otro constantemente: tenían un hijo que educar y era seguro que vendrían más, asi que había que tener un sitio para recibirles. Sólo esporádicamente se hacían a la mar, cuando ambos sentían la nostalgia de aquellos tiempos de continuo deambular. Los hijos crecieron y todo siguió su curso natural.
-Me estás tomando el pelo, parece de película; esa dulce ancianita  no puede haber hecho todo eso.
-Es la pura verdad, ella misma me lo contó.
-Reconoce que se ha aprovechado de tu ingenuidad, que te ha engañado.
-Es imposible.
-Dime ¿por qué?

-Porque esa anciana es mi madre.