sábado, 30 de noviembre de 2019

La danza de las sombras de Nicky Persico - Primeras páginas


Cada día, al atardecer, el discurrir del tiempo se ralentiza.
Antes de que la oscuridad comience a descender como la nieve recubriendo todas las cosas, la luz se atenúa, esparciéndose suavemente sobre la ciudad y sus gatos que están sobre los tejados, sobre los chopos y sobre los tilos, en las playas, en los bosques, en los automóviles y en el campo, sobre los libros y los chavales en motocicleta y sobre el agua que por doquier refleja y multiplica los colores.
En las casas cada ventana va cambiando de color y anuncia la noche por venir.
Por último, el horizonte se incendia de naranja y azul para, a continuación, cambiar lentamente al azul marino.
Es el crepúsculo el momento de los pensamientos, de los recuerdos, de los suspiros profundos y de la respiración contenida. Si se pudiesen contar se descubriría que en ese momento existen en el mundo el mayor número de ojos dirigidos hacia el cielo.
En ese instante, todo aparece en su belleza más absoluta: incluso las anónimas y frías áreas llenas de fábricas amontonadas en los confines de las metrópolis, cuando el perfume de la brisa ligera invade las inmensas carreteras todas iguales, desiertas y ahora ya silenciosas.
Exactamente allí, en aquel día de mayo avanzado, en el mismo centro de un inmenso y vacío patio de carga y descarga, trae y lleva, derecho e inmóvil con el atardecer de fondo destacaba un caballero, envuelto en un abrigo bien puesto y abotonado, al lado de un viejo y cuidado automóvil acabado de aparcar exactamente en el centro de aquel gris lago de asfalto.
Inspiró profundamente, inmerso en el silencio sólo roto por algún trozo de periódico que intentaba, sin resultado, salir volando, y luego expiró lentamente.
Abrió la puerta y, flexionando las piernas, se echó hacia delante sobre el asiento. Cerró los ojos, con los puños sobre el asiento, venteando a pleno pulmón el aire perfumado.
Luego se levantó, miró a su alrededor, cogió con suavidad un frasquito de un recoveco entre los asientos de atrás, se lo metió en el bolsillo, y se apartó: cerró la puerta con cuidado y acarició la carrocería con suavidad.
Finalmente, le dio la espalda y se puso a caminar lentamente. Sin volver a mirar atrás llegó al límite del desolado aparcamiento. Después de desaparecer detrás de un desportillado muro gris, se puso a recorrer un enorme pasillo delimitado por chapas onduladas, ahora ya oxidadas.
Pasados unos minutos la oscuridad comenzó a esparcirse lentamente por doquier, como polvo de cenizas, ocultando cualquier imagen: aparecieron, de repente, anchos conos de luz de las farolas y en el cielo espectrales lámparas rojas mostraban torres invisibles.
Con la mirada baja, el hombre, que se llamaba Asdrubale, miraba sus pasos y escuchaba con claridad su sonido, en el silencio que lo rodeaba, oyendo con claridad el ritmo alternante del pie derecho y del izquierdo: no es notaba ningún ruido, en aquel día que ya se convertía en noche, excepto el eco débil, distante e informe, del estruendo de la metrópoli al fondo de aquel pequeño mundo.
También en su mente las preguntas ya habían enmudecido. Las respuestas, en cambio, no tenían ninguna importancia y se habían disuelto hasta desaparecer, inútiles.
Todo parecía nuevo, límpido, fresco y ligero. Como nunca antes.
Esta noche era la última vez. Había acariciado aquel viejo automóvil con amor y gratitud después de haber recorrido juntos durante años las mismas carreteras de circunvalación, durante el invierno, inhospitalarias y desoladas, amparado por la calefacción del habitáculo, mientras la radio calentaba el alma manteniéndolo en contacto con el mundo. Y en verano, a la caída de la tarde, había soñado con las ventanillas bien abiertas, y también los ojos, fantaseando sobre las luces que salpicaban el horizonte.
Aquel coche había sido su mundo, su refugio, su compañero tranquilizador y amable. Siempre había pedido tan poco y en cambio nunca había hecho preguntas. Estaba convencido de que tenía un alma: casi como avergonzándose, siempre lo había pensado, en secreto. E incluso había creído, un día, que era verdad. Una mañana se armó de valor y le habló mientras conducía, sintiéndose, de repente, para su sorpresa, aliviado de su pequeña angustia.
Y en última instancia, a los ojos de cualquiera, aquella última caricia dada con dulzura antes de irse y a punto de acabar el día, parecería un saludo: una tierna despedida.
Poco tiempo después, también con una pluma estilográfica, le había ocurrido.
La tenía con él desde hacía años: conservaba un recuerdo nítido del cumpleaños en la que se la habían regalado, ¡caramba! La baquelita tenía ya amplios y evidentes signos de uso, irrepetibles y preciosos señales del sacrificio. Se sorprendió una mañana mirándola y sintiéndose injusto, por todas las veces que la había considerado un sencillo objeto, y recordó la consternación que sintió el día en que la había perdido, cuando, con los ojos entreabiertos, se descubrió hablando consigo mismo: Oh pluma, mi pluma, quién sabe cuán sola te sientes y cuánto estarás sufriendo. Seguramente te preguntarás cómo he podido olvidarte. Perdón. Perdón. Te pido perdón.

Y así, tiempo después, objeto tras objeto, poco a poco comenzó a encariñarse con las cosas como si estuviesen vivas. A veces más que con las personas porque incluso se había convencido que tuviesen más corazón.


lunes, 25 de noviembre de 2019

La luna, Bollino y el murciélago de Livy Former - Primeras páginas

Aquella noche la luna estaba más luminosa que nunca y su luz inundaba la ciudad insinuándose entre las anchas calles empedradas, deslizándose sobre los puentes, zambulléndose en el río que discurría plácidamente en su lecho, trepando por los muros de los edificios, por los árboles de los bulevares y los jardines, irrumpiendo en los callejones más oscuros, en las grietas de las viejas casas y los pozos, extendiéndose incluso sobre la torre de metal y tornillos que con su altura parecía querer alcanzar y tocar el cielo.

– ¡Eh, Daki, despiértate, es la hora! –graznó una voz aguda y nasal.
Un pequeño búho redondo, con el plumaje oscuro a rayas rojas y las plumas rígidas sobre la cabeza, miraba la viga donde estaba posado, y colgado cabeza abajo, un joven murciélago dormido.
– ¡Venga, Daki, despiértate! –repitió.
Dado que no recibía una respuesta dio un pequeño golpe con su pico curvo en una pata del murciélago que, al principio, comenzó a balancearse, luego se levantó mientras caía con un pequeño ruido sordo al lado del compañero y con los ojos todavía cerrados comenzó a bostezar y a emitir gruñidos con la nariz.
– ¡Venga, Daki, que ya ha salido la luna!
– ¿Y qué? –preguntó el murciélago. –La noche es larga. Sabes que necesito tiempo para espabilarme. Como ya te he explicado…

– Sí, sí, que mientras dormís vuestro cuerpo sufre una caída de la temperatura que recuperáis al despertar –repitió con cierto aburrimiento. –Pero el problema es que siempre te debo despertar. ¿Sabes que ya estoy cansado?


Coma. La historia de Luigi Mazza de Federico Betti - Primeras páginas

El silencio y la soledad
reinaban en aquella habitación del hospital Maggiore di Bologna. Los únicos ruidos que se escuchaban eran los producidos por las máquinas que había allí y que los médicos controlaban a intervalos regulares durante el día.
Desde hacía cinco días el cuerpo de Luigi Mazza yacía inmóvil en estado de coma farmacológico, inducido por el equipo de expertos anestesistas después del grave accidente de tráfico que le había causado un traumatismo craneal curable, según la opinión de los médicos, sólo de aquella manera.
Cuando había llegado en la ambulancia a urgencias, transportado con toda rapidez con las sirenas sonando desde la autopista de circunvalación de la capital Emiliana, el hombre había sido diagnosticado rápidamente en estado crítico y le habían atribuido un código rojo; después de mucho esperar se llevaron a cabo todos los exámenes pertinentes y le habían dado un diagnóstico de pronóstico reservado.
Vivía solo: ni siquiera había tenido nunca la intención de casarse, por lo que el único pariente que le podía ayudar era su hermano, Mario, el cual, en cuanto recibió la noticia de los técnicos de urgencias había llegado enseguida a informarse sobre las condiciones de Luigi, consiguiendo, sin embargo, verlo sólo un momento mientras lo trasladaban en camilla a la habitación donde se encontraba ahora.

Sin darse cuenta de nada, a Luigi lo visitaba a diario el hermano que sólo podía limitarse a mirarlo desde detrás de un cristal. Se quedaba aproximadamente una hora al día, mirándolo fijamente con la vana esperanza de infundirle la fuerza para sanar, y a menudo se iba sin decir una palabra, ni siquiera a los médicos.


sábado, 12 de octubre de 2019

Cuentos del 2000, sinopsis

Cenicienta en el espacio
Cenicienta, hija de un famoso astronauta que a menudo se marcha de casa para ir en misión a lejanas galaxias, vive con su madrastra y sus hermanastras, muchachas abusonas y envidiosas de su belleza.
A pesar de ser obstaculizada por sus hermanastras, pero con la ayuda del ama de llaves Marta, conseguirá confeccionar un vestido de tela ecológica que le permitirá ir a la fiesta del palacio del rey y conquistar el corazón del príncipe.
Pero, ¡ay! El maravilloso tejido ecológico no había sido todavía probado y al filo de la medianoche provocará un completo desastre, obligando a Cenicienta a huir de manera precipitada a casa, perdiendo el zapatito y dejando diseminados pedazos de su hermoso vestido por doquier.
Sin embargo, finalmente el príncipe, equipado con medios de transporte ultra modernos, conseguirá encontrarla y se llegará al consabido final feliz.

Blancanieves y los siete marcianos
Blancanieves, una hermosísima princesa, vive con su madrastra, mujer vanidosa y malvada.
La belleza de Blancanieves supera con mucho la de la reina y esta, rabiosa de celos, encarga a un cazador que la lleve al bosque y la mate.
Blancanieves huye y encuentra refugio en la cabaña de los siete enanitos.
Los enanos trabajan de mineros en la mina de diamantes en medio del bosque y un día, lo que parece ser un gran diamante, resulta que es una astronave marciana con siete pequeños astronautas a bordo.
La llegada de los marcianos, dotados de conocimientos e instrumentos muy avanzados, permitirá a Blancanieves salvarse definitivamente de la amenaza de la Reina y... de encontrar ella misma a su príncipe.

Caperucita Roja y el lobo vegetariano
Tiene problemas el pobre lobo hambriento: la abuela de Caperucita Roja estudia artes marciales, el cazador, amigo de la abuela jamás se aleja demasiado de su cabaña y para colmo del infortunio se dará cuenta a su pesar de que ¡en la cabaña son todos vegetarianos!
Cuando, movidos por la compasión le ofrecen comida él, ¡ay!, deberá contentarse con unas fresas y caldo de verduras.

Son tiempos duros para los lobos modernos.

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Natakallam 'Arabi Hablemos Árabe de Marco Criscuolo - Prólogo

Orígenes y difusión de la lengua árabe

La lengua árabe estándar pertenece a la familia de las lenguas semíticas, a la que también pertenece el hebreo, el arameo, el fenicio y otras lenguas habladas en tiempos pasados en los países del Mar Mediterráneo meridional, en Oriente Medio y en la Península Arábiga. Justo en esta última, en La Meca, se ha transmitido de generación en generación que los miembros de la familia reinante en esta ciudad, los Quraysh, hayan sido los primeros en hablar árabe. Esta es la razón por la cual el Corán fue escrito en esta habla local, que era el idioma del profeta Mahoma, mecano de nacimiento. Esta forma lingüística semítica, mecana, clara y elegante, deriva de la versión utilizada en la magnífica poesía pre-islámica de los tribunales arábicos antes de la llegada del Islam. Cuando el Corán fue escrito, a continuación, se le añadieron puntos diacríticos y movimientos vocálicos así como tonalidades y pronunciaciones estandarizadas para la lectura.

Entre el siglo VII y el siglo XII la lengua árabe se difundió a raíz de las  conquistas árabes en todo el Oriente Medio hasta los confines de la lejana Persia y del Norte de África, donde se yuxtapone a los idiomas locales, hablados por los nativos beréberes.

A través de los siglos la importancia de la lengua árabe crece cada vez más hasta convertirse, en nuestros días, en la lengua oficial de los veintidós países que están adheridos a la Liga Árabe. Además, es una de las lenguas oficiales de dos importantes organizaciones internacionales: la ONU y la Unión Africana.  Como consecuencia el árabe lo hablan un gran número de personas, más de trescientos millones, que viven en el norte de África, en el Oriente Medio y en la Península Arábiga, donde es la lengua oficial de 22 países. Estos países son: Egipto, Libia, Túnez, Argelia, Marruecos, Mauritania, Somalia y Sudán en África; Siria, Líbano, Jordania, Palestina, Irak, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Kuwait, Bahrein, Omán y Yemen en Asia. A estos hay que añadir 8 países en los que es la lengua oficial, pero no es hablada por todos los habitantes, que son: Islas Comores, Chad, Yibuti, Eritrea, Israel, Malí, Níger y Senegal.

No nos olvidemos, además, que, como resultado de grandes migraciones hacia Europa, América y Oceanía, nutridos grupos de árabes, establecidos aquí desde hace generaciones continúan con su tradición lingüística que asegura la presencia del árabe en cada país del mundo.

Cabe señalar, también, que un gran número de personas comprenden el árabe por ser la lengua del culto islámico. La tradición islámica, de hecho, considera el árabe la única lengua que se puede utilizar para los ritos litúrgicos, ya que en ella fueron revelados sus textos sagrados. No debemos olvidar, sin embargo, un discreto número de árabes de religión cristiana, los cuales usan, igualmente, la lengua árabe estándar para el culto y las lecturas religiosas.

Importancia del árabe en nuestros días

Conocer el árabe es muy importante en nuestros días, por muchas buenas razones. Por el elevado número de sus hablantes, para empezar. El árabe, de hecho, es la sexta lengua más hablada en el mundo, incluso más que el alemán y el francés. Además es la lengua oficial de los países que están adheridos a la Liga Árabe, pero también una de las lenguas oficiales de las Naciones Unidas y de la Unión Africana. A esto se añade que el árabe es la lengua litúrgica para más de mil millones de musulmanes, pero asimismo para muchos árabes de religión cristiana.

Otras razones de carácter práctico, por las que sería oportuno conocer el árabe, podrían ser, por ejemplo, un trabajo o un curso de estudios que realizar en un país árabe. Además de esto, conocer el árabe puede ser útil para leer las señales de tráfico, los anuncios publicitarios, los periódicos y los libros, seguir los programas de televisión, comunicarse con los compañeros árabes y con la gente de los lugares turísticos visitados. En particular el conocimiento del árabe puede ser útil a quien trabaja de periodista o de diplomático, en el comercio internacional, en la industria, en las finanzas, en las leyes, en la educación y en las compañías aéreas. Además, los acontecimientos internacionales de los últimos años continúan a estimular el interés de muchas personas para conocer algo más sobre los países árabes, sobre su cultura y su historia y, en consecuencia, se advierte la necesidad de aprender la lengua.

El conocimiento de la lengua árabe es indispensable para estudiar el inmenso patrimonio cultural, histórico y literario de los Árabes. Desde sus inicios, en el siglo VII, el árabe era, y continúa siendo, la lengua en la que han sido escritos famosos e importantes textos de literatura, química, filosofía, medicina, matemáticas y ciencias, que tanto éxito tuvieron en Europa, influenciando incluso a nuestra cultura, tanto en el aspecto cultural como en el lingüístico.


La diglosia en el mundo árabe

Si hablamos de lengua árabe no podemos dejar de referirnos al tema de la diglosia. La lengua árabe, en su sentido más amplio, de hecho, establece una distinción entre la Lengua Literaria Moderna o Árabe Moderno Estándar (MSA) y las variedades dialectales, conectadas a la zona de pertenencia, diversamente influenciadas por lenguas de substrato y por las otras lenguas derivadas de la influencia colonial. El hablante nativo árabe aprende, desde la infancia, la variedad lingüística dialectal de su tierra natal viviendo, por lo tanto, sus primeros años de vida en una condición de dialectalismo, que enseguida se transforma en diglosia. El Árabe Moderno Estándar, de hecho, se aprende más tarde en la escuela, pero también gracias a muchos programas educativos de la televisión, ideados a propósito para instruir a los más pequeños.

Por lo tanto un arabófono usa el MSA:
-Para leer: documentos personales, certificados, libros, periódicos, cartas…
-En los discursos políticos, en contextos formales.
-En los debates, conferencias y ritos religiosos, ya sean islámicos ya cristianos
-En las lecciones de la Universidad
-En los telediarios y en los programa radiofónicos

Usa, en cambio, la variedad dialectal de su propia tierra cuando:
-Habla con los familiares, los amigos y los compañeros de trabajo, en contextos informales,
-Escucha la mayor parte de las canciones modernas
-Se dirige a los camareros, comerciantes, empleados, etc., en conversaciones informales;
-Mira películas, producciones de televisión y teatro locales.

Resulta interesante saber que, cuando se encuentra lejos de su país de origen, un arabófono nativo podría tener que acabar hablando con árabes nativos de una variedad dialectal diferente de la propia. En tal caso la conversación se acercará al MSA compartido o se adopta el dialecto que se cree es más prestigioso, es decir aquel de la capital o aquel de Levante y de la Península Arábiga.


LOS DIALECTOS ÁRABES se subdividen geográficamente de la siguiente manera:
1-      Dialecto Egipcio y Sudanés: hablado en Egipto y Sudán
2-      Dialectos de Levante: hablados en Jordania, Líbano, Siria y Palestina.
3-      Dialectos del Golfo: hablados en Irak, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Omán, Kuwait, Bahrein, Qatar y Yemen.
4-      Dialectos del Norte de África: hablados en Libia, Túnez, Argelia, Marruecos y Mauritania


Jefe de obra de Michele Accattoli - Primeras páginas


A vosotros, jefes de obra, os digo que debéis ser, sin ninguna duda, los promotores de la obra; la mente impersonal de vuestro jefe, al que dar seguridad y serenidad a fin de que en la obra que coordináis todo marche a la perfección, nadie se lamente, los equipos trabajen sin problemas, y sobre todo los trabajos se conviertan en aquello que la empresa había predeterminado en la fase del presupuesto.
Una vez definido esto, tendréis bien claro vuestro objetivo: convertiros en un perfecto jefe de obra...
La importancia de una figura de este tipo no viene dada sólo por la coordinación de la obra, sino sobre todo por la capacidad de poder ser un buen interlocutor entre los clientes, el titular de la empresa, la administración y los obreros.
Vuestras capacidades deberán ser: dinamismo y sentido de adaptación. Es por esto que deberéis estar abiertos para recibir consejos y hábiles al decidir la mejor elección que producirá compensaciones en la empresa para la que trabajáis. Deberéis estar preparados para planificar los trabajos futuros y, sobre todo, ser decididos y estar seguros de vosotros mismos sobre el terreno. Tener una visión clara del trabajo que hay que llevar a cabo y saberlo programar con anticipación (al menos 3 meses): es esto lo que debe hacer siempre un buen jefe de obra.
En los siguientes capítulos os explicaré las distintas conexiones entre los trabajos, los calendarios y las informaciones necesarias para elaborar el crono programa; un importantísimo instrumento que, si es cumplimentado con la debida atención, será uno de vuestros mejores aliados.

Un día cualquiera
Aunque os resulte extraño, bastan 30 segundos para comenzar la jornada de la manera adecuada; el tiempo necesario para estimular la glándula pineal (glándula que trabaja en función de los ciclos luz/oscuridad liberando dos hormonas principales: serotonina y melatonina).
La serotonina es activada por la luz y he aquí algunas de sus funciones:
1) Nos vuelve atentos y vigilantes;
2) Estimula el aprendizaje y la memoria;
3) Aumenta la consciencia y la concentración;
4) Regula el equilibrio emocional y estimula el buen humor;
5) Estimula la fisiología del cuerpo y la coordina con el nivel energético.
¿Cómo estimular, por lo tanto, la glándula pineal?
Basta con que la primera cosa que hagáis por la mañana sea esta: abrir las ventanas y dejar entrar la luz. Non sólo dentro de la habitación, sino, durante unos treinta segundos, incluso dentro de vosotros mismos; permaneced allí, a la luz (probadlo, no cuesta nada).
Esto es necesario, en la obra, todos los días, se debe planificar cada cosa, poniendo siempre todo por escrito; incluso el más pequeño trozo de papel cuenta y debe ser conservado en el archivo de la obra. Estos apuntes serán muy útiles para elaborar la contabilidad de fin de mes.
Como jefes de obra deberéis llegar siempre antes para dar una vuelta por la obra y comprobar que todo está como se dejó la noche anterior.
Acabado el recorrido de control hablad con el equipo, intentad organizarlos enseguida, ajustad la jornada como la habéis pensado, escuchad las posibles objeciones que, si son justas, pueden volverse útiles en futuros trabajos, (a veces quien ejecuta manualmente el trabajo ve mejor los problemas e intuye cómo resolverlos).
Id con el equipo al lugar de trabajo, nunca dar las indicaciones por teléfono o alejados del desarrollo de los trabajos.
Debéis ser la figura de referencia en la obra y por tal motivo vuestra presencia será fundamental ya sea al comienzo (momento dedicado a la explicación de los trabajos), como durante la ejecución (momento dedicado a la supervisión y al control de los trabajos) intentando dar seguridad a quien trabaja bajo vuestras directivas.
No deis nunca demasiada confianza a los obreros, a los proveedores y a los inversores, porque puede suceder que, en el momento en que debáis imponeros sobre ellos, por un trabajo, os sentiréis culpables y llegaréis a compromisos fáciles que no rendirán económicamente lo que habíais previsto.
En la oficina (la barraca de la obra), llevaréis a cabo los trámites rutinarios que serán:
1) Compilar el diario de los trabajos;
2) Organizar y desarrollar el trabajo técnico (llamadas, contabilidad, presupuestos, ofertas, programar los trabajos, diseñar, etc.,);
3) Mantener en orden la obra, aunque seamos unos desordenados, al menos para dar buen ejemplo. A última hora de la tarde deberíais saber ya qué hacer al día siguiente y actualizar para vosotros y para el resto el programa laboral, que por lo general ha sido elaborado mensualmente, pero, cada día, con mucha probabilidad, será necesario confirmarlo o modificarlo en base a posibles retrasos o imprevistos, (puede que también por adelantos en las entregas, lo que no estaría nada mal).
Con respecto a las relaciones con la Dirección de la obra y con el promotor, sería oportuno estar siempre presente en las reuniones que se hacen durante los trabajos, lo que es fundamental para resolver problemas tanto de carácter técnico como económico.
Deberíais buscar siempre una solución en tiempo real a los problemas que surgen durante estas reuniones, si es posible haciendo uso de vuestra experiencia, o bien interpelando a vuestros superiores para una aprobación con respecto a la continuación de los trabajos, con el fin de evitar retrasos que harían perder tiempo y dinero.

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viernes, 19 de julio de 2019

El inspector con el Corazón de Oro de Marcella Piccolo - Primeras páginas

El inspector Teddy bajó del coche pensando que, aunque todos decían que era un gran policía, a él, simplemente, (y con toda modestia) le gustaba definirse como un “policía colosal” debido a su mole bastante fuera de la media, ¡tanto en altura como (por desgracia) en anchura!
Esto, sin embargo, no le quitaba nada de su fascinación; quien se encontraba una vez con él no lo olvidaba jamás, por aquella sonrisa, un poco juvenil, que hacía a todos sentirse cómodos y creer que con él se podía hablar libremente sin temor a ser arrestado. ¡Para después encontrarse con las esposas puestas en menos que canta un gallo!
Siempre era eficiente y servicial; quien se dirigía a él enseguida lo encontraba dispuesto a ayudar para resolver problemas tanto pequeños como enormes, ¡él siempre tenía tiempo para todos!
De carácter amigable no se sustraía a la oportunidad de ponerse a charlar con cualquiera, sin olvidar, sin embargo, que era un policía y, por lo tanto, memorizando toda la información que pudiese servirle más adelante.
En fin, digamos, no obstante, que era un hombre que caía simpático a las muchachas, un poco por su mole imponente que inspiraba un deseo de protección, pero también por su manera tierna y respetuosa con que se dirigía a ellas.
A la bonita edad de cuarenta años todavía estaba soltero, quizás porque aún no había encontrado la muchacha que pudiese abrir una brecha lo bastante profunda en su corazón, o quizás porque estaba tan empeñado con su trabajo, y su tiempo estaba tan ocupado con los demás, que no se le había ocurrido ni siquiera la idea de poderlo utilizar para sus intereses personales.
Por esta razón, a no ser que fuese el amor el que tropezase con él, no se tomaría la molestia de ir a buscarlo.
Aquella tarde en la comisaría todo estaba tranquilo, nadie en la sala de espera, sólo un chaval en la ventanilla que preguntaba por los impresos para inscribirse en el curso para estudiar en la Academia.
Visto de espaldas parecía bastante pequeño, quizás demasiado joven, pensó Teddy, viendo una pequeña cabeza rubia que apenas llegaba al mostrador.
Según entró saludó al cabo, al sargento Esposito y a la sargento Micaela Contini, que lo miró respondiéndole al saludo e iluminándosele la cara como si de repente hubiera aparecido el sol en una nublada mañana de noviembre.
Micaela era una muchacha muy simpática y descarada, sabía sobrevivir en medio de tantos compañeros hombes y agradecía, en el trabajo, que la considerasen simplemente una sargento más entre los sargentos de sexo masculino. Se tomaba su trabajo como si fuese una misión, sobre todo dirigida a la defensa de las mujeres y de los más débiles, esto contribuía a acercarla al inspector Teddy por el cual sentía una admiración desmesurada.
Se oyó sonar el teléfono, el sargento Esposito respondió, parecía una llamada bastante extraña, ¡problemas a la vista!, pensó el inspector.
«¡Buenos días, inspector» lo saludó Esposito en cuanto terminó con la llamada.
«Un caso de violencia doméstica, una mujer se ha refugiado con la vecina, ¡con la cara ensangrentada porque el marido le ha dado de puñetazos!»
«¡Vamos!» dijo enseguida la sargento Micaela Contini, «¡muévete Esposito!»
«¡Calma!» intervino el inspector volviéndose hacia Micaela, «¿tiene que ir justo ella? Vigílala Esposito. ¡Esta lo mata ipso facto, sin ni siquiera interrogarlo!.»
«¡Yo no mato, Teniente! Pero una bonita lección esos tipos sí que la necesitarían, ¡Y dada por una mujer!». Mientras hablaba así ajustó en el cinturón su bonita porra y, guiñando un ojo al muchacho de la ventanilla, salió junto con su compañero.
Mientras tanto el cabo continuaba ocupándose del muchacho: «¡No! ¡No puedes!». Escuchó que decía, y el muchacho insistía:
«¿Pero por qué no puedo? Tengo... 18 años. Tenga... el carné... de identidad.»
Teddy, decidió, finalmente, ocuparse de la cuestión, después de todo, a nadie se le debe negar la posibilidad de asistir al curso para entrar en la policía. Se acercó a la ventanilla, con la intención de dar sin más los impresos pedidos pero, en cuanto el cabo se fue, vio mejor al chaval que estaba delante de él y observó que su cara estaba iluminada por dos ojos azules, pequeños y oblicuos, casi como un... pequeño... chino.
Pero no era chino, ¡era rubio! Se dio cuenta de que se encontraba delante de un muchacho enfermo de trisomía 21, lo que comúnmente llaman: Síndrome de Down.
No sabía qué decir, no quería desilusionarlo, pero ¿cómo explicar al interesado que un policía debe estar en posesión de todas sus facultades? ¡No puede enfrentarse a los criminales con una limitación física!
Decidió pasarlo por alto pidiéndole sus datos personales y de residencia, luego le explicó que el curso era lo más difícil y duro que él pudiese imaginar.
Quedó un momento hablando con él, olvidándose de las obligaciones que le esperaban, le gustaba el chaval, Roberto, se llamaba, el cual, lleno de entusiasmo afirmaba que estaba preparado para superar todas las dificultades:
«¡Yo... se hacer de policía! … ¡Yo... tengo olfato!»
El muchacho hablaba con una cierta dificultad, pero conseguía hacerse entender y, por otra parte, Teddy hacía todo lo posible por comprenderle, ya que no quería mortificarlo y, como buen investigador, ¡lo que no entendía, lo intuía!
Mientras tanto el tiempo pasaba, «ahora», se dijo Teddy «sería conveniente acompañarlo a casa. ¡No sin antes haberle dado los impresos para la tan suspirada inscripción al curso de cadetes de la policía! Luego... ya veremos.»
«Escucha, Roberto, me debo ir, ¿quieres que te lleve a tu casa en el coche de policía?»
«¡Sííí!» fue la respuesta.
Cogió el papel con la dirección y salió con él de la comisaría pensando en que, quizás en aquel instante, los padres lo estaban esperando con ansiedad, preocupados por su ausencia.

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jueves, 18 de julio de 2019

Spaghetti Paradiso de Nicky Persico - Primeras páginas

Oscuridad. Oscuridad absoluta. El tiempo está parado. Cierro la puerta del bufete. El último en salir, como ocurre a menudo.
Tampoco el ascensor, tampoco esta vez. Me deslizo con decisión por una angosta y polvorienta escalera de cemento. De esas que conducen, normalmente, a los aparcamientos subterráneos, con las franjas rojas y blancas en los bordes, las colillas apagadas y el típico olor de humedad y ambiente cerrado.
Después del último tramo de escaleras paso una puerta de hierro abierta, con la barra antipánico. La zona de aparcamiento está semivacía, despejada. Un tubo fluorescente, medio averiado, ilumina malamente algunos de sus rincones creando amplias zonas de penumbra entre las columnas y las bandas amarillas del pavimento.
Las rampas están desportilladas y marcadas por maniobras torpes. Hay aparcados dos coches.
Voy hacia el mío, enseguida, al doblar la esquina, descubro una figura inmóvil, a unos metros. Me quedo helado.
Una mujer alta. Abrigo largo, oscuro y un sombrero de ala ancha. Cabellos largos y claros.
La reconozco aunque me de casi la espalda. Nos hemos visto un poco antes, en el bufete. Luego se marchó, unos minutos antes que yo.
Está inmóvil. Con los brazos estirados empuña, con las dos manos, una pistola cromada que apunta con firmeza, con seguridad, delante de ella.
La observo y mientras tanto observo todo lo que hay a mi alrededor, como si sólo estuviese corriendo mi tiempo mientras que el resto es una imagen congelada.
Doy otro paso, en silencio. Ahora veo mejor.
El arma que la mujer estrecha con las dos manos está apuntando a alguien, todavía no visible, enfrente de ella.
Con esfuerzo distingo su aspecto: una figura femenina con abrigo oscuro y sombrero. Cabellos largos y claros.
¡Son idénticas!
También ella aferra una pistola que apunta hacia su gemela. Pero lo hace con una sola mano y tiene el cuerpo de perfil con respecto a su objetivo, como en un duelo de otra época.
La cabeza girada, alineada con el hombro derecho y el brazo levantado. Puedo intuir que observa la mira, como hace un tirador de precisión que mira una diana en el polígono de tiro.
Tres puntos alineados: ojo, mira, objetivo.
Dos mujeres armadas, totalmente inmóviles.
Realmente, es obvio, una se defiende de la otra.
Una asesina, una víctima, y luego yo: el elemento inesperado, la variable imprevista, una complicación o una suerte inesperada. Todo depende de lo que suceda de ahora en adelante.
De lo que podré hacer y si podré hacerlo.
De cómo me moveré y si lo haré.
Puedo permanecer petrificado por el miedo o inmóvil, por decisión propia. Puedo gritar, es mi instinto natural, o tirarme al suelo, o huir intentando protegerme, o dar un paso hacia ellas, o retroceder.
Puedo hacer cualquier cosa, o no hacer nada, y puede que cambie todo: la vida, o también la muerte.
Una cosa es segura, de todas formas. Una de aquellas mujeres no está sólo defendiendo su vida: también está defendiendo la mía.
Si la asesina prevalece sobre su objetivo, luego me matará también: soy un testigo.
Puedo esperar, y desear que ocurra lo contrario. O puedo actuar
¿Pero cómo?
Nadie podría imaginarse tener que decidir algo tan importante en unos pocos minutos. Y en cambio, puede suceder.
Ni siquiera yo hubiera podido imaginar hallarme en una situación parecida.
Nunca habría pensado poder ser juez, o árbitro, o un factor determinante en la vida de otras personas. Las mismas personas que, paradójicamente, eran jueces y árbitros de la mía.
Y tener que decidir en una situación de no-tiempo qué hacer. O no hacer, sabiendo que podría ser la diferencia entre vivir y morir.
El tiempo no es siempre igual.
Hay años que duran un momento, e instantes que no parecen eternos: lo son realmente. Esto es el no-tiempo.
Al lado de mí, sobre una repisa de la pared, una forma voluminosa de metal, quizás un tornillo de banco de carpintero[1], olvidado quién sabe por quién. Me había dado cuenta de su presencia por un reflejo, poco antes de pararme.
Lo cojo mecánicamente, sin pensar. Pesa por lo menos un par de kilos. Está frío.
El instinto es el espacio de un instante que no existe.
No-tiempo.

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[1]   Mordaza con la que se inmoviliza un trozo de madera, de metal u otro material para poder trabajar con seguridad.

martes, 16 de julio de 2019

El gemelo desaparecido de Federico Betti - Primeras páginas

Él no podía saber qué consecuencias tendría aquella acción que, en ese preciso momento, podría parecer a cualquiera absolutamente normal.
Lo único de lo que estaba absolutamente seguro era que se encontraba bien.
Es verdad que no sucedía nada realmente emocionante: la acostumbrada rutina, pero para Él lo más importante era estar bien y hasta ese instante nada le hizo presagiar que, de un momento a otro, algo cambiaría.
En Su caso, el sentido del tiempo no le preocupaba ya que el discurrir de los mi­nutos, de las horas, de los días y demás se reflejaba perfectamente en la frase todo es relativo.
En un momento indefinido de un día cualquiera, del que no sería capaz de explicar los detalles, Él vio a Otro.
¿Qué hacía en ese lugar?
No sabría dar una respuesta, de todas formas cada día que pasaba Él se daba cuenta que el Otro tenía, evidentemente, Sus mismos derechos, también el de vivir en el sitio donde se encontraba.
Desde el día en que lo había visto, todo había ido como la seda, sin problemas, hasta que algo se torció.
Él no sabría decir qué había salido mal pero seguramente había ocurrido algo que había provocado que la situación cambiase.
Al Otro no lo vio más, aparte de eso, todo seguía como antes, la misma rutina de siempre. Él seguiría siendo el que era, aunque, a decir verdad, cada día se sentía más fuerte…

Dos meses después…

Su marido temblaba y desde hacía unos días que ya le costaba dormir.
El hombre sabía que cualquier día podía ser el bueno y que muy pronto se converti­ría en padre.
Obviamente todos los amigos y los parientes lo sabían y estaban ya preparados para celebrarlo con regalos de recordatorio; el día en que la mujer fue llevada a Urgencias él llamó enseguida a todos aquellos que se le ocurrió para informarles de que deberían estar preparados porque el gran día había llegado.
En el quirófano el marido no podía evitar su nerviosismo. Aunque probablemente no se diese cuenta estrechaba la mano de la mujer tan fuerte que le habría podido hacer daño.
Después de una espera bastante larga ella decidió dar a luz a un niño y la tensión se suavizó.
La señora fue acompañada de nuevo hasta la habitación del hospital de Santa Úr­sula de Bolonia, donde permaneció acompañada por el marido.
Después de los controles de rigor, la responsable de la unidad de obstetricia in­formó a los esposos que su hijo pesaba cuatro kilos y medía cuarenta y dos centímetros.
Al hombre y a la a mujer no les parecía real: aquel día un sueño se había convertido en realidad.
Después de transcurrido el tiempo necesario para asegurarse que fuese idónea para darle el alta del hospital, el hombre volvió con su mujer para acompañarla a casa junto con su hijo primogénito.
Esa misma noche el marido había conseguido contactar con los amigos y pa­rientes más cercanos, para poder montar una fiesta en honor de su hijo.

Fue una fiesta en toda regla, con tarta de nata y chocolate, pastelitos, galletas sala­das, todo tipo de refrescos y los inevitables regalos que compondrían el ajuar del recién nacido. Cuando se despidieron al finalizar la fiesta, parecía que cada uno de ellos volviese a su propia casa todavía más feliz que cuando habían recibido la noticia del nacimiento del niño.
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lunes, 11 de febrero de 2019

Fantasmas del Pasado de Antonio De Vito - Primer capítulo

Sam era un hombre alto y robusto, con unos ojos verdes de aquellos que no dejaban indiferente. Tenía un buen físico, aunque no era de esos que dedicaban demasiado tiempo a sí mismos.
Desde el momento en que Stacie le había hecho entender que si se pusiese en movimiento su destino podría, finalmente, cambiar, él había intentado arreglar las cosas. Él creía seriamente en su historia de amor que, sin embargo, parecía que no acababa de arrancar. Habían pasado ya dos años desde los buenos tiempos de la Universidad y era necesario que Sam comenzase a buscar un trabajo serio.
Stacie pertenecía a ese género de mujeres que parecían tener siempre las ideas claras. Había sido siempre así desde el momento en que ella y Sam se habían conocido en la Ohio State University y habían descubierto que provenían del mismo pueblo de Colorado.
La sorpresa de descubrir que eran conciudadanos había sido sólo el inicio de una velada con una botella de Chianti en medio y había acabado como muchas otras, acostados en una cama o sobre una alfombra delante de una chimenea todavía humeante de la noche anterior.
Durante los años de universidad en Ohio, Sam y Stacie no fueron nunca estudiantes modelo. Se conocieron en una de esas fiestas que se daban en el campus y hubo un entendimiento súbito. Eran dos personas que veían las cosas de la misma manera. Les encantaba beber vino italiano y  a veces exageraban hasta perder el sentido. Les encantaba estar a lo suyo y, sobre todo, si uno de los dos tenía un problema el otro sabía perfectamente cómo resolverlo.
Los mejores años de la relación, sin embargo, se acabaron y los dejaron huérfanos de sueños. La realidad se demostró enseguida bien distinta de los días de limitados horizontes de la universidad, un revoltijo asqueroso de sumisiones y jornadas amargas, renuncias y compromisos que soportar para no acabar aplastado por el ritmo cotidiano.
Sam había dejado a su familia en Colorado para ir a la universidad de Ohio, excitado por aquello que le estaba sucediendo. Estaba tan emocionado que no perdió el tiempo y, durante los años de estudio, encontró el modo de ganarse la vida cortando el césped y, a veces, trabajando a media jornada en un local de comida rápida. No tuvo nunca la posibilidad de entrar en el equipo de fútbol a causa de un problema físico que intentó esconder incluso a sí mismo.
Stacie, al contrario que Sam, consiguió vivir los años de universidad con menos preocupaciones económicas gracias a la beca que había conseguido y a una pequeña herencia recibida después de la muerte de su abuela.
Los dos vivieron durante cinco años en perfecta simbiosis sin preocuparse jamás por lo que ocurriría con ellos en el futuro. Fue un auténtico amor de novela hasta que Sam, una mañana, decidió que era el momento de cortar con aquella relación.
En Cleveland hacía mucho frío durante los meses invernales y Stacie solía regresar del bufete de abogados, donde trabajaba, cuando afuera era ya noche cerrada. La oficina no estaba demasiado lejos de casa pero estaba mal comunicada. Siempre se veía obligada a hacer un par de kilómetros a pie después de haber salido del metro. La nieve o la lluvia contribuían a hacer el recorrido más accidentado.
«Eh, Sam, ¿estás aquí?» preguntó con voz cansada mientras se sacaba el impermeable. «Eh, Sam, ¿te parece el momento de bromear?»
Las luces estaban apagadas y el hombre no respondía. Stacie, entonces, buscó el interruptor general y lo levantó. En ese momento el salón se iluminó y, mientras observaba la mesa, ella comprendió en un instante el motivo de aquella oscuridad. Sam apareció después de unos segundos desde la puerta de la cocina, con una botella de vino en una mano y dos copas en la otra.
« ¿Cómo haces siempre para no darte cuenta de que es una sorpresa? Me pones las cosas demasiado fáciles» dijo Sam con aire complacido.
«No quería desilusionarte, quién sabe cuánto trabajo te habrá llevado preparar todo esto» le rebatió Stacie con un punto de sarcasmo.
Sin tener en cuenta la ironía de las palabras de la mujer Sam fue hacia ella y comenzó a servir el vino. Ella lo bebió enseguida, casi como si hubiera sido la medicina tan esperada después de una jornada pesadísima. Para Sam, en cambio, la razón de aquella ansia era totalmente distinta y con aquel fondo de  incomprensión comenzó una velada que concluiría después de unas horas entre las mantas de su cama.
A la mañana siguiente Sam se levantó en primer lugar. Estaba preparado y pasó unos diez minutos decidiendo qué hacer. Después de vestirse, escribió una nota que pegó en el espejo; rápidamente, se puso el abrigo y se escabulló afuera por la puerta, temiendo que Stacie pudiese despertarse de un momento al otro.
No tenía coche, así que se dirigió hacia el metro a un par de kilómetros de allí; sólo después de un centenar de pasos desapareció en la niebla.
Sam no tenía las ideas claras sobre a dónde ir con exactitud, de todas formas aquella noche había decidido que se marcharía.
Quería dejar Cleveland.
La indecisión que flotaba en su cabeza era la única cosa auténtica, como era auténtico que no podía estar mucho tiempo sin beber al menos un vaso de vino.
Caminó durante horas sin una meta fija, reflexionando sobre todo el tiempo pasado con Stacie y en todos los años de pasión; pensó en cómo todo había ido, poco a poco, desapareciendo. No soportaba el hecho de que él, acabados los estudios, hubiese perdido su energía y aquella ansia de actuar que, hasta el momento, le habían permitido mantener el ritmo de su mujer.
Ya era por la tarde y Sam se paró en el Wine Lounge Brother en Cleveland Avenue, donde pasaba mucho tiempo con Stacie. Un local para apasionados del vino, cuidado en cada detalle por Harry, el propietario amigo de Sam. Habían compartido todos los años de universidad con la única diferencia que Harry había demostrado enseguida saber qué quería hacer y, después de acabar los estudios, se había dedicado en cuerpo y alma a su proyecto.
«Harry, hoy es un día asqueroso. Tú que sabes escoger siempre bien los vinos, ¿qué me aconsejas en este caso?»
«Que no es un gran día lo llevas escrito en la cara, pero un buen tinto italiano hará que sea mucho mejor.»
Harry conocía bien los gustos de su amigo. Sabía que no existía un día tan asqueroso para Sam que pudiese ganar a un buen vaso de vino tinto italiano.
«Dame el mejor que tengas en la bodega, porque durante un tiempo no me verás el pelo.»
« ¿Qué vais a hacer? ¿Os vais y me lo dices con esa cara?» mientras tanto Harry le echaba un poco de Lacryma Christi Rosso.
«No, me voy solo.»
«En el fondo hasta podría ser una buena noticia. ¿Pero por qué te vas?» preguntó Harry bastante incrédulo por la noticia de que Stacie no fuese con Sam.
«No lo sé, pero no puedo estar más aquí.» Y entonces dio un trago. Salió del local, era ya de noche y fue el último en salir. Caminaba todavía en línea recta, más o menos, pero Harry no habría apostado un centavo por él. Afuera había un taxi esperándolo: el propietario del bar lo había llamado y también pagado en nombre de la vieja amistad que tenía con Sam.
« ¡Al aeropuerto!» fue lo único que consiguió decir Sam antes de entornar los ojos y reclinar la cabeza hacia atrás.

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Fantasmas del Pasado

Dos jóvenes, Sam y Stacie, viven los años de Universidad en plena armonía. Pasan los años, cambian las circunstancias y las ambiciones. Los dos protagonistas se separan y llevarán vidas paralelas. Después de un tiempo, casualmente, sus destinos se cruzarán nuevamente pero en el fondo no será ya más aquel alocado de la Universidad.
La ciudad de Nueva York y el río Hudson son el ambiente perfecto para una historia extraña e intrigante, con personajes que sufren pero que luchan por salir adelante, a pesar de sus dudas y de sus fantasmas del presente y... del pasado.
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martes, 29 de enero de 2019

La Última Oportunidad de María Acosta y Sergio Presciutti - Primeras páginas

Pr
imavera de 2014, Ancona (Le Marche)
Se había despertado a las seis de la madrugada. Estaba tan nervioso que no había conseguido volver a dormirse después de habérsele ocurrido la solución a sus problemas, así, por pura casualidad, mientras estaba en la cocina comiendo un trozo de crostata di mele.1 A veces este dulce le ayudaba a relajarse, otras personas lo conseguían tomando una taza de té o un vaso de leche caliente. A él, la crostata di mele le hacía el mismo efecto que una tisana. La comía despacio, deleitándose. En ese momento su cerebro dejaba de pensar en el problema y su mente hacía borrón y cuenta nueva y recomenzaba desde el principio. A veces funcionaba y a veces no. Pero esta vez lo había hecho: el problema había dejado de existir.
Vivía en un piso en vía Flaminia, cerca del mar; tenía casi doscientos metros cuadrados, era lo que los ingleses llaman un loft, un espacio enorme con los muebles precisos para vivir con comodidad, con estrechas alfombras de colores que dividían el espacio en distintos ambientes. Al fondo, con una ventana que iba desde el suelo al techo, estaba la cocina. Le gustaba cocinar, y comer, pero no lo hacía a menudo porque debía trabajar como un loco en su laboratorio, un edificio moderno no muy alejado del antiguo faro de Ancona, donde estaba la vieja estación de telégrafos desde donde su antepasado, Guglielmo Marconi, había conseguido llevar a cabo sus primeros experimentos con las señales de radio, en el año 1904. Aquella histórica fecha quedaba muy lejos, la tecnología había evolucionado muy rápidamente y, ahora, en el siglo XXI, era algo cotidiano. La tecnología estaba por todas partes.
Siempre había sido un loco de la tecnología, de los ordenadores y de la electricidad; había comenzado a desmontar sus juguetes desde edad muy temprana, luego los arreglaba. Siempre había sido así. Después se convirtió en ingeniero, aprendió todo lo necesario para desarrollar sus ideas y desde hacía diez años trabajaba por cuenta propia, poniendo en práctica sus proyectos que tenían como base los ordenadores y el bienestar de los ciudadanos. Tenía un montón de patentes y ahora estaba a punto de acabar un invento tan revolucionario que le haría ganar no sólo un montón de dinero, incluso podría convertirse en un benefactor de la Humanidad. La verdad es que le importaba un pimiento. A él, lo que en realidad le gustaba, era el reto en sí: pensar que podía hacer algo y conseguirlo. No trabajaba solo, por supuesto. Un proyecto tan ambicioso no habría sido posible sin la ayuda de su equipo, un grupo de ingenieros de diversos campos, inteligentes y trabajadores, a los que les gustaba formar parte de su empresa, donde nadie era subvalorado: eran los mejores de toda Italia, hombres y mujeres de todas las edades con la ambición y la experiencia necesarias para sacar adelante cualquier idea revolucionaria pero factible. Todos eran fantásticos, todos eran imprescindibles. El era el jefe del equipo, pero esto no significaba que no trabajase duro. Él era el propietario, tenía el dinero, las ideas, había construido el edificio donde trabajaban, había comprado la maquinaria, pero, al mismo tiempo, era un trabajador de la empresa, uno de ellos. Los beneficios se dividían a partes iguales: estaba el activo para invertir en tecnología y luego los beneficios que se repartían entre todos.
Gianluca encendió el ordenador que estaba al lado de la cocina, en la parte opuesta de la ventana: tenía que hacer una cosa antes de salir. Todavía era muy temprano. ¿Podría desarrollar su idea antes de ir a trabajar?
Creía que sí.
El piso donde vivía había sido reestructurado por él mismo. Todo lo que tenía relación con la tecnología era obra suya: el suelo autolimpiable, las luces que se encendían solas dependiendo de donde se encontrase en ese momento, los estantes escondidos entre las paredes, los muebles transformables y provistos con ruedas que se movían por medio de control remoto con la ayuda de leds colocados en los laterales, las alfombras ignífugas que cambiaban de color dependiendo de la luz que entraba por las ventanas. Y luego las mismas ventanas, indeformables, los muebles de la cocina que no se ensuciaban jamás porque habían sido fabricados con productos que rechazaban la suciedad, los tabiques escondidos debajo del suelo del piso que aparecían o desaparecían con la ayuda de un programa que controlaba por medio del ordenador o la tablet que utilizaba todos los días. Todo esto y mucho más había sido producido por su imaginación y por su trabajo de ingeniero. Esto no significaba que hubiese sido fácil sacarlos adelante, al contrario, había trabajado como un loco durante un año, y otro, y otro más. No tenía novia, ni siquiera una compañera sentimental. A pesar de los consejos de su madre: “Hijo mío, no trabajes tanto, encuentra una muchacha, tendrías que descansar, pasear, divertirte,” él sonreía y no decía nada. Para él divertirse significaba inventar algo nuevo, su trabajo no sólo era importante, era también su principal pasatiempo.
¡Conseguido! Había resuelto el problema. Gianluca miró el reloj que estaba detrás del ordenador, colgado de la pared. Ya era la hora.
¡Apágate! –dijo en voz alta.
El ordenador hizo su sonido característico y después de unos segundos volvió el silencio al apartamento. A continuación Gianluca cogió una mochila que siempre llevaba con él y se fue.

Su empresa, cercana a la antigua estación de radio, estaba bajo tierra. Un pequeño edificio reestructurado era la entrada hacia las modernas instalaciones donde él y sus compañeros desarrollaban sus ideas. No lo había hecho así por secretismo sino porque no quería destruir el bellísimo paisaje de los alrededores de la antigua estación de telégrafos. El edificio que estaba encima de las instalaciones era una especie de museo tecnológico, con modelos (tanto en madera como de metal) de sus inventos. Un ascensor, en el que se entraba sólo por medio de una llave especial que poseía todo aquel que trabajase bajo tierra, daba acceso a los otros pisos: también la llave había sido una invención suya. Sólo él era capaz de hacer una copia. Nadie dudaba que fuese un gran científico pero no alardeaba de ello. En el piso más próximo a la superficie estaban las oficinas de administración y publicidad, en el piso de abajo la planta donde se desarrollaban los proyectos, y en la planta más lejana a la superficie estaban los prototipos. Era allí donde tendría que trabajar esa mañana para resolver los problemas del humanoide. Consistía en un proyecto que había comenzado a desarrollar de manera práctica a comienzos del mes de enero. Desde el momento en que se le había ocurrido la idea había sido consciente de la dificultad de ponerla en práctica, pero esto no le atemorizaba. El reto, esto era lo más importante: aceptar el reto y trabajar para que se convirtiese en realidad.
En aquella habitación estaban amontonados todos los prototipos que había construido en los últimos diez años. Por motivos de seguridad ninguno de ellos funcionaba, a cada uno le faltaba algo, las piezas sustraídas estaban en un lugar que sólo él conocía. En el centro de la habitación había un robot, tan grande como un niño de diez años, sus compañeros estaban reunidos entorno a él: Iva, Federico, Nino, Alessandra, Chiara y Fabrizio. Cada uno de ellos estaba sentado delante de un ordenador intentando resolver el problema que desde había tanto tiempo les estaba volviendo locos. Gianluca se sentó en su puesto, entre Nino y Alexandra. Desde cada ordenador salía un cable que iba a parar a una parte distinta del robot. Dio los buenos días y empezó a explicar la solución que, sólo unas cuantas horas antes, había encontrado.
-Entonces, ¿lo hemos conseguido? –preguntó Iva.
-Creo que sí –respondió Gianluca. –Veamos qué ocurre. ¡Ánimo muchachos!
En aquel momento siete cabezas se concentraron sobre las pantallas de los ordenadores desarrollando lo que Gianluca, de manera impecable, había pensado. Los meses siguientes serían muy duros pero ahora sabían perfectamente qué deberían hacer y cómo hacerlo.


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La Última Oportunidad

Año 2014 en Ancona (Le Marche) un científico, descendiente de Guglielmo Marconi, está a punto de terminar un invento que cambiará la Humanidad.
Año 7485, los animales se han adueñado de la Terra y los humanos se han convertido en sus esclavos.
Hay alguien que no está de acuerdo con esta situación. Toro, un hermoso y enorme toro de lidia tiene algo que decir en la Estancia del Comité, en La Pedriza. Ahora los animales hablan y, desde el momento en que vencieron en la Batalla de la Llanura Padana, son libres para hacer todo lo que desean.
Para arreglar las cosas, sería necesario cambiar iel futuro pero para conseguirlo, habría que cambiar el pasado. Un viaje en el tiempo podría poner las cosas en orden. ¿O quizás no?

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