lunes, 25 de noviembre de 2019

La luna, Bollino y el murciélago de Livy Former - Primeras páginas

Aquella noche la luna estaba más luminosa que nunca y su luz inundaba la ciudad insinuándose entre las anchas calles empedradas, deslizándose sobre los puentes, zambulléndose en el río que discurría plácidamente en su lecho, trepando por los muros de los edificios, por los árboles de los bulevares y los jardines, irrumpiendo en los callejones más oscuros, en las grietas de las viejas casas y los pozos, extendiéndose incluso sobre la torre de metal y tornillos que con su altura parecía querer alcanzar y tocar el cielo.

– ¡Eh, Daki, despiértate, es la hora! –graznó una voz aguda y nasal.
Un pequeño búho redondo, con el plumaje oscuro a rayas rojas y las plumas rígidas sobre la cabeza, miraba la viga donde estaba posado, y colgado cabeza abajo, un joven murciélago dormido.
– ¡Venga, Daki, despiértate! –repitió.
Dado que no recibía una respuesta dio un pequeño golpe con su pico curvo en una pata del murciélago que, al principio, comenzó a balancearse, luego se levantó mientras caía con un pequeño ruido sordo al lado del compañero y con los ojos todavía cerrados comenzó a bostezar y a emitir gruñidos con la nariz.
– ¡Venga, Daki, que ya ha salido la luna!
– ¿Y qué? –preguntó el murciélago. –La noche es larga. Sabes que necesito tiempo para espabilarme. Como ya te he explicado…

– Sí, sí, que mientras dormís vuestro cuerpo sufre una caída de la temperatura que recuperáis al despertar –repitió con cierto aburrimiento. –Pero el problema es que siempre te debo despertar. ¿Sabes que ya estoy cansado?


Coma. La historia de Luigi Mazza de Federico Betti - Primeras páginas

El silencio y la soledad
reinaban en aquella habitación del hospital Maggiore di Bologna. Los únicos ruidos que se escuchaban eran los producidos por las máquinas que había allí y que los médicos controlaban a intervalos regulares durante el día.
Desde hacía cinco días el cuerpo de Luigi Mazza yacía inmóvil en estado de coma farmacológico, inducido por el equipo de expertos anestesistas después del grave accidente de tráfico que le había causado un traumatismo craneal curable, según la opinión de los médicos, sólo de aquella manera.
Cuando había llegado en la ambulancia a urgencias, transportado con toda rapidez con las sirenas sonando desde la autopista de circunvalación de la capital Emiliana, el hombre había sido diagnosticado rápidamente en estado crítico y le habían atribuido un código rojo; después de mucho esperar se llevaron a cabo todos los exámenes pertinentes y le habían dado un diagnóstico de pronóstico reservado.
Vivía solo: ni siquiera había tenido nunca la intención de casarse, por lo que el único pariente que le podía ayudar era su hermano, Mario, el cual, en cuanto recibió la noticia de los técnicos de urgencias había llegado enseguida a informarse sobre las condiciones de Luigi, consiguiendo, sin embargo, verlo sólo un momento mientras lo trasladaban en camilla a la habitación donde se encontraba ahora.

Sin darse cuenta de nada, a Luigi lo visitaba a diario el hermano que sólo podía limitarse a mirarlo desde detrás de un cristal. Se quedaba aproximadamente una hora al día, mirándolo fijamente con la vana esperanza de infundirle la fuerza para sanar, y a menudo se iba sin decir una palabra, ni siquiera a los médicos.