martes, 21 de abril de 2020

El Amanecer del Pecado de Valentino Grassetti - Primeras páginas

Violo la tela con pinceladas nerviosas, impulsivas y poderosas.
Sucias de verdad.
(Pardo Melchiorri. Pintor)

Nicole Dubuisson hacía todo lo posible por agasajar a Paolo Magnoli con algunos juegos eróticos a los que gustaba definir como très rare, donde el sexo era a menudo una nota al margen de sus vidas complicadas.
En la cama, Nicole no tenía necesidad ni de amor ni de perversiones. Nada de esposas, cuerdas o látigos para herir la carne y mitigar las cicatrices del alma. Ningún sentimiento, por muy puro o indecente que fuese, le procuraba placer. Nicole gozaba sólo disfrutando del sabor de la venganza.
Se tiraba a Paolo Magnoli porque tenía una cuenta pendiente con el marido. Una lista de pequeñas y grandes incomprensiones, una lista negra, tan larga como una existencia, la había inducido a odiar al cónyuge hasta el punto de tenerlo cerca, pero sólo para poderse librar de él a su manera. Nicole, de hecho, había decidido arruinarle la vida sin papeles timbrados. Nada de adioses melancólicos incitados por los honorarios indecentes de algunos abogados. Si Paolo Magnoli daba un sentido a las miserias de su vida dejándose meter un tacón de doce centímetros en el culo por Nicole, para ella satisfacer las fantasías eróticas de un amante depravado representaba, nada más, que uno de tantos movimientos de una partida de ajedrez jugada contra el mismo concepto del matrimonio. Una institución tan castradora debía ser castigada. Este era su pensamiento recurrente cada vez que salía de casa llevando ropa interior de encaje y sonrisa sugerente.
Los dos amantes vivían en Castelmuso, un pueblo de quince mil habitantes, un punto geográfico suspendido en el tiempo, instalado en una colina al abrigo del mar Adriático.
Un cartel informaba a los turistas que el pueblo estaba incluido entre los pueblos más bellos de Italia. Surgía en el punto más alto de una hermosa colina, donde las casas, los palacios suntuosos y decadentes, las bóvedas entre los callejones, las arcadas inestables eran una invitación a tocar con la mano aquellas piedras cargadas de la energía de todos sus fantasmas.
Sandra, la esposa de Paolo Magnoli, echó de casa al marido cuando el psicólogo le dijo que los hijos estaban preparados para renunciar a la presencia de un padre tan degenerado. Una semana después de haber sido expulsado de la familia, encontraron el cuerpo de Paolo en los alrededores de la casa rural I Cavalieri. De la rama de un robusto roble colgaba un tirante elástico: su última corbata.
Los habitantes de Castelmuso dijeron que había perdido la cabeza a causa de lo que llamaban el póquer perfecto: cuatro ases hechos de coca, whisky, deudas y vaginas absorbe Mastercad. Daisy, la hija de Paolo Magnoli, tenía doce años cuando ocurrió la tragedia. Adriano uno menos. Los dos niños no perdonaron jamás al padre el haber salido de sus vidas de una manera tan miserable.

Pero esto, ahora, formaba parte del pasado.


La Tercera Parca de Federico Betti - Primeras páginas

Lo que el inspector Zamagni deseaba pero, a decir verdad, nunca se lo habría esperado, era que antes o después, como se suele decir, la madeja se desenredaría. Lo que no sabía era a qué debería enfrentarse. Por el momento, todo lo que tendría que hacer, ayudado por el siempre digno de confianza agente Finocchi, era acabar con lo que había quedado pendiente, es decir recuperar todos los efectos personales de Daniele Santopietro y los objetos recobrados aquí y allá que, de algún modo, tenían que ver con aquel criminal. Y obviamente, una vez reunido todo el material podría comenzar a trabajar sobre esto para extraer algo útil. Todo había comenzado cuando, investigando sobre lo que más tarde sería recordado como el
Caso Atropos, se había encontrado de nuevo con la Voz.
Él no se habría dado cuenta si Emma Simoni, su vecina que había pasado por casualidad por la comisaría con algunas exquisiteces para entregar personalmente al inspector, no hubiese reconocido la Voz al teléfono durante la llamada de manos libres al señor Bottazzi de la Asociación Atropos.
Todavía no había conseguido comprender qué tenía que ver ese viejo recuerdo, pero lo único realmente cierto era su determinación para descubrirlo.
Y para hacerlo, de acuerdo con el capitán Luzzi, había comenzado a investigar por todo el material que, de alguna manera, estaba conectado con Daniele Santopietro.
En el fondo, esa historia había comenzado cuando él y Alice Dane, la agente de Scotland Yard de origen irlandés, habían emprendido la caza de ese hombre, por lo que Zamagni, Finocchi y Luzzi pensaban que el material ligado al delincuente pudiese ser un buen punto de partida para la investigación.
Stefano Zamagni, así como el agente Finocchi, recordaba perfectamente qué había ocurrido durante la persecución de Daniele Santopietro: las frases en las paredes que aparecían y desaparecían, las llamadas amenazantes de esa Voz, el automóvil que había explotado, sin considerar que, mientras tanto, Daniele Santopietro, que sabían que era el hombre que estaban buscando, había desaparecido en la nada.
Aquel período fue realmente terrible porque, a todas las vicisitudes de la investigación en curso, se sumaron tres muertes que tocaron de cerca al inspector Zamagni y a quienes trabajaban con él.
El inspector había perdido a su hermana Giorgia, Alice Dane debió volar a Irlanda para asistir al funeral de su hermana Brenda y el agente Finocchi debió enfrentarse a la muerte de su novia Elisabetta en el incendio del piso en el que vivían.
Luego estaba la carta.
Cuando Zamagni se la encontró delante, después de haber acabado con la investigación del Caso Atropos, no entendió su significado, ya sea porque estaba escrita en griego, ya porque realmente no conocía el motivo por el cual él debería haber recibido una carta de aquel tipo.
Cuando se la mostró a Giorgio Luzzi, su superior le dijo que buscaría enseguida un experto para descifrarla y, por suerte, mientras él y el agente Finocchi estaban trabajando para descubrir lo que había sucedido a Marco Mezzogori, el sobrino hemiplégico de la conocida del inspector, el capitán había recibido el resultado que aguardaban y ahora también Stefano Zamagni quería saberlo.
Después de todo, iba dirigida a él, por lo tanto tenía todo el derecho.
Pasados unos días desde el descubrimiento del asesino del muchacho, todavía conmovido en lo más hondo por cómo habían sucedido las cosas, el inspector volvió a la comisaría de vía Saffi en Bologna y fue enseguida a la oficina del capitán.
Buenos días, Zamagni –dijo Giorgio Luzzi.
Buenos días, capitán –respondió Zamagni.
¿Ya has cargado las baterías? –preguntó el capitán con una sonrisa.
No totalmente –respondió Zamagni –pero no veo la hora de ponerme a trabajar para comprender quién es esa Voz.
Creo que entiendo la situación –añadió Luzzi –y debo admitir que también yo espero ponerle las manos encima a ese hombre, y pronto.
¿Ya ha llegado Marco? –preguntó Zamagni a continuación, mostrando un poco de su pragmatismo.
No –dijo el capitán. –¿Habéis quedado?
Lo llamé ayer por la tarde para saber si se había recuperado de la paliza después del interrogatorio de Marisa Lavezzoli. Me ha dicho que también él, como yo, había acusado bastante el golpe y que no estaba todavía al cien por cien y que, sin embargo, estaba ansioso por volver a comenzar desde donde habíamos interrumpido el asunto que tenía que ver con Santopietro –explicó el inspector.
¿Por casualidad estáis hablando de mí? –dijo alguien desde la puerta de la oficina del capitán, interrumpiendo el diálogo entre los dos.
Por supuesto que sí –dijo Zamagni –Venga, entra.
Marco Finocchi cerró la puerta a sus espaldas y saludó al capitán y al inspector.
Así que, los dos estáis nerviosos y no veis la hora de volver al trabajo –dijo el capitán, con un tono ligero cruzando su mirada con Zamagni y Finocchi, que asintieron a su vez. –Bien –añadió Luzzi después de una pausa de unos segundos –¿Por dónde queréis comenzar?
Zamagni y Finocchi se miraron durante unos segundos, a continuación el inspector propuso retomar la investigación de todo lo que había sido posible recuperar en las distintas escenas del crimen y que tuviese que ver con Daniele Santopietro.
Efectos personales, objetos de todo tipo, posibles hallazgos... –comenzó a decir el inspector.
El agente Finocchi asintió con la mirada.
De acuerdo –dijo finalmente el capitán –Algo debo tener yo ahí dentro, en esas cajas de la esquina, luego haré recuperar todo lo que hay en los archivos de la Policía y que no está todavía a nuestra disposición.
Perfecto –dijo Zamagni –¿Y con respecto a la carta?
Tienes razón –respondió el capitán, como cogido de improviso por una pregunta inesperada. –Os la debo mostrar también. Un experto nos la ha traducido. Fue escrita en griego... pero quizás ya os había mencionado este dato.

El inspector asintió.